Más de 30 libros y un largo destierro después, el escritor cubano afincado en Berlín, Amir Valle, acaba de publicar con la prestigiosa editorial española Anaya El aliento del lobo. La Stasi, el Muro de Berlín y la vida de nosotros, una radiografía del horror de ese órgano represivo y de todas las falacias e inmundicias ocultas tras el famoso "muro", aciago símbolo de la Historia en mayúsculas del siglo XX y también de miles de historias humanas minúsculas y cotidianas, tanto en Berlín como en otras geografías, a primera vista inesperadas.
Sobre ese horror y la manera de ponerlo en palabras, conversamos en esta entrevista.
El aliento del lobo reúne una vasta información sobre los tortuosos métodos represivos de la Stasi, durante sus 40 años de existencia. ¿Cómo llegó un periodista y escritor nacido en una isla del Caribe a tener ese bagaje de datos, archivos e historias que conforman este libro sobre el más temido de los órganos de inteligencia del desaparecido "campo socialista" europeo?
En una foto de hace unos años, la escritora Karla Suárez y yo estamos haciendo el gesto de quien intenta escapar cruzando el muro, en esa parte del muro de Berlín que se conserva en el museo de la calle Bernauer. Conversando mientras caminábamos entre aquellas ruinas coincidimos en algo: dos elementos emparentan a cubanos y alemanes orientales, o de la antigua Alemania comunista.
El primero, la presencia de algo que intentó impedir nuestro escape a la libertad (en nuestro caso, ese muro infranqueable de mar que nos rodea) y, el segundo elemento, la existencia siniestra de una policía política obsesionada en vigilarnos. Imagina entonces lo que significó para mí llegar desterrado a la ciudad desde la que se gestó el horror de la Stasi, un horror que, bien lo sabemos, fue la esencia del que se nutrieron los “fraternos compañeros” de la Seguridad del Estado que “nos atendían” allá en Cuba.
Mis vivencias como intelectual vigilado, perseguido, de alguien a quien intentaron reclutar, sería el principio. Después, y sé que lo comprenderás bien, está el periodista que somos, ese ser inconforme y siempre deseoso de saber, que busca en la realidad lo que quizás a otros no les importe. Considero un pecado de lesa sabiduría estar en una ciudad como Berlín, en un país como Alemania, y no intentar entender cómo una nación tan humanista y de tanta cultura generó esos engendros que fueron el nacionalsocialismo de Hitler y el represivo e inhumano comunismo de la República Democrática Alemana, ambos en unos pocos años de la segunda mitad del siglo XX.
Después, la posibilidad de trabajar varios meses como Escritor Invitado en el Museo Prisión de la Stasi en Hohenschönhausen, el barrio de Berlín donde no solo radicó esta prisión, sino también numerosos departamentos especializados y residencias de altos oficiales de esta policía política, cuyos líderes pregonaban era el servicio de inteligencia más efectivo del mundo.
"En ese accionar investigativo de varios años se impuso el periodista que soy, y mi obsesión por archivar todo, al punto de que tenía material suficiente para varios libros."
Luego estuvo mi trabajo con importantes figuras de la política alemana, con las cuales el tema de la RDA y de la pervivencia de esas ideas de sociedad en la Alemania de hoy siempre fue y ha sido un tema. Y también el ejercicio del periodismo, en Deutsche Welle o para otros medios de prensa alemanes o latinoamericanos, donde pude entrevistar a varias víctimas de la Stasi, siempre en esas fechas: la caída del muro, la reunificación de las dos Alemanias, los juicios contra antiguos oficiales, funcionarios o colaboradores de la Stasi.
En ese accionar investigativo de varios años se impuso el periodista que soy, y mi obsesión por archivar todo, al punto de que tenía material suficiente para varios libros que, por cierto, no pensaba escribir. Y entonces apareciste tú preguntándome si me interesaba asumir un libro que el editor de Anaya, Eugenio Tuya, buscaba sobre ese tema. Justo es decir que son ustedes dos los responsables de que yo haya asumido el reto de regresar a esos archivos, decantar muchísimo material y armar El aliento del lobo.
Además de tus rigurosas búsquedas en los archivos de la antigua sede de la Stasi, y del conocimiento de algunas de sus víctimas directas, hay una motivación muy personal, surgida de tus propias vivencias con uno de los "primos hermano" de la Stasi, el horripilante G-2 cubano. Algo esbozas, pero no llegas a contarlo en el libro, tal vez por modestia, quizás por dejar el espacio para las víctimas directas de la Stasi. ¿Es así o me estoy inventando una novela?
No te inventas ninguna novela. Son hechos conocidos. Podría responderte con muchas de esas vivencias de los años finales de mi vida en Cuba, antes de que decidieran desterrarme, en los que mi familia vivió un verdadero infierno, a causa de mis opiniones críticas, de mis libros sobre la realidad cubana, y del radicalismo suicida con el que yo respondía a la prensa internacional todavía viviendo en Cuba.
Fue algo que comenzó, por cierto, en nuestros años de estudiantes de periodismo, cuando, por poner un ejemplo de esa vigilancia inicial, cierto oficial de la policía política encargado de vigilar la cultura le dijo a nuestra querida profesora de literatura, Mercedes Melo, que yo era “un gallito de pelea demasiado bocón”.
Persecución que terminó años después en una oficina de migración en La Habana, cuando el oficial que “atendía” la cultura, días antes de mi último viaje a España desde Cuba en octubre de 2005, me propuso que, si no dejaba que “los enemigos de Cuba te manipulen usando Habana Babilonia contra la Revolución”, él me prometía que terminaría mi condición de escritor reprimido y marginado, que me colocarían de nuevo en el puesto que “tu enorme talento y tu obra merecen en la cultura cubana” y que, además, me darían acceso a fuentes que me permitirían escribir un libro sobre el mundo de la prostitución, las drogas y la corrupción en Cuba más fuerte que Habana Babilonia, pero desde la perspectiva de la Revolución.
Con mis historias personales con la policía política tendría entonces para un par de libros, pero prefiero decir que no es un “mérito” de Amir Valle, pues cada escritor cubano en estas últimas seis décadas tiene para escribir enjundiosos libros con esas “atenciones” de la policía política. Ahí tienes, por ejemplo, ese excelente acercamiento que hizo nuestro amigo, el escritor Enrique del Risco, en su compilación El compañero que me atiende, publicado por Hypermedia Ediciones en 2017, con las historias reales de represión contadas por cerca de 60 autores cubanos de 1959 a hoy.
De todos modos, creí importante excluir esas vivencias personales, aunque ciertamente sin ellas es posible que El aliento del lobo no existiera. Solo esbocé, creo que levemente, cómo ese fantasma del horror personal y familiar vivido con la represión de la policía política en Cuba fue un hilo conductor en mis investigaciones en Alemania sobre ese otro horror generado en la RDA por la Stasi.
Y hablando de novelas, este libro es −por su contenido− en parte un ensayo histórico, en parte un gran reportaje de investigación, pero su estilo es plenamente narrativo, por momentos parece una novela. ¿Por qué? ¿Fue un acto inconsciente, o acaso el narrador Amir Valle cree, junto con la novelista Isak Dinesen, que todas las penas pueden soportarse si se convierten en una historia?
Hace muchos años, precisamente cuando intentaba darle forma a mi investigación periodístico/testimonial/ensayística Habana Babilonia o Prostitutas en Cuba, descubrí el inmenso poder comunicativo que tiene romper los límites de los géneros. Y mi experiencia posterior, ya netamente como escritor, me ha ratificado en esa decisión. Creo que la causa es simple: el ser humano necesita etiquetar todo para poder comprenderlo, y eso ha sucedido también en el terreno de la creación, de la investigación sociológica, del periodismo… pero lo cierto es que no hay nada más falso y limitante que una etiqueta porque la vida es tan compleja que no puede ser etiquetada.
El reto actualmente de cualquier creador es que su historia llegue al lector tan cargada de vida como lo es en la vida real. En cualquier caso, incluso en estos tiempos en que la lectura va de capa caída, nuestra especie sigue teniendo el mismo comportamiento ante una buena historia: sólo la escucha si la cuentas bien, de modo creíble y comprensible, y no anda pensando si eso es periodismo, ensayo o testimonio.
Sucede hoy igual que en aquellos tiempos primigenios de la especie humana en que alguno de nuestros antecesores salía a cazar y cuando regresaba, en torno a la hoguera, le contaba al resto de la tribu cómo había ido la cacería. Los lectores son la tribu; nosotros, los cazadores que hemos atrapado con nuestras armas esas historias. El reto es contarlo de modo en que la tribu la sienta parte de su propia historia.
De hecho, acaba de publicarse una novela tuya titulada Tu rostro más secreto, en la cual abundas en una historia mencionada de pasada en El aliento del lobo, la vida de Heinz Hittich. ¿Qué puedes contarnos de ese otro libro de ficción emparentado con este otro de investigación histórica?
Has puesto un ejemplo que apoya mi tesis de la necesidad de romper los límites de los géneros. ¿Cómo la clasificaría si le hiciera caso a las etiquetas? ¿Histórica? ¿Novela negra? ¿De espionaje? ¿Novela testimonial? Tu rostro más secreto, que acaba de publicar Verbum en España justo este mes de enero, es resultado de un fenómeno que también viví mientras investigaba, allá, a fines de los noventa, para escribir Habana Babilonia. Y es que descubrí historias relacionadas con el tema central del libro, pero no de un modo absoluto. Y decidí no incluirlas en el libro, para luego novelarlas.
Así nacieron las seis primeras novelas negras de mi serie “El descenso a los infiernos” sobre casos criminales ocurridos en Centro Habana y La Habana Vieja. Tu rostro más secreto, por su parte, es una de las muchas historias que encontré mientras investigaba el horror de la Stasi. Es la prueba viva de que la realidad supera toda ficción. El personaje de esta novela es totalmente real. Pero su vida, y la de su padre, parecen anécdotas arrancadas de las páginas de una novela negra basada en la historia de las últimas cinco décadas del siglo XX.
En el invierno del año 2007, en su casa en Spandau, Berlín, el señor Hittich, viejo oficial retirado de los servicios secretos (la Stasi) de la antigua RDA me dijo que me contaría una historia real, su propia historia, con una única condición: tenía que escribirla, pero no escribir una biografía. “Sé que mi vida es una novela”, me dijo, y por eso quería que yo novelara su participación en momentos muy importantes pero desconocidos de la historia del siglo XX, una vida entera bajo el influjo de la Guerra Fría que me contó en poco más de dos meses.
"La única ficción en esta novela es la necesaria adecuación literaria de la trama."
Vi desfilar así ante mis ojos, como brotando de sus palabras, una trama de complicidades secretas entre la Stasi, la KGB (la policía política de la antigua Unión Soviética) y el DSE (Departamento de Seguridad del Estado de Cuba). Lo escuché revivir anécdotas personales o vividas por su padre, cuando ejercían como altos oficiales de la Stasi, y en esas anécdotas estaban muy vivos controvertidos personajes de la política del siglo XX como el Ché Guevara, Fidel y Raúl Castro, entre otros. Para cerrar su historia con un final de novela (que omito en la obra por una simple cuestión de estructura), el señor Hittich falleció víctima de un cáncer un año después, en octubre del 2008. Su padre, inválido, convertido en el vegetal humano que aparece en esta novela, murió apenas tres meses más tarde.
La novela comienza en 2001. Hasta ese año, este exmilitar creyó que era alemán. Cuando cayó el muro y se desclasificaron los archivos de la Stasi, descubrió en su propio expediente que era cubano y había sido adoptado en los primeros años de la Revolución Cubana, cuando su padre cumplía una misión secreta en La Habana. Todo indicaba que era hijo de uno de los oficiales del triunfante Ejército Rebelde que fue “accidentado” por investigar sin permiso del alto mando militar cubano la sospechosa desaparición en el mar, en 1959, de uno de los míticos comandantes rebeldes, Camilo Cienfuegos, que se sospecha fue eliminado por órdenes de Fidel y de Raúl Castro.
Esta historia está contada en esos dos planos: los años iniciales de la década del sesenta, en que el general alemán de la Stasi, Gunter Hittich, asesoraba en Cuba la formación de los órganos de la Seguridad del Estado, y la investigación personal que, como turista, en los años posteriores a la caída del muro, intentó realizar su hijo Heinz, buscando saber la verdad sobre sus orígenes cubanos. La única ficción en esta novela es la necesaria adecuación literaria de la trama.
En este 2024 se cumplirán 35 años de la caída del Muro de Berlín. Mirando hacia atrás, ¿cómo resumirías la trascendencia de este hecho?
La noche del 9 de noviembre de 1989 no sólo cayó el muro de Berlín, se desplomó un mito. Ni siquiera los más rabiosos defensores de ese cuento que fue “el socialismo como fase primera de la sociedad comunista”, supuestamente superior al capitalismo, y sobre todo más humana, comprendieron entonces que todo aquello se venía abajo porque estaba construido con la débil amalgama de la mentira y la manipulación política y social del mismo pueblo al que decían defender.
Todavía hoy, cuando alguien decide rebatir ciertas tesis que defienden la sociedad impuesta en la RDA, se dice: si quieres saber dónde estaba el corazón de la gente, que debía y debe ser (pero no suele ser) la brújula para cualquier decisión política en cualquier sistema, miren para qué lado de Alemania corrió la gente cuando se cayó el muro.
"Una sociedad que se presentaba internacionalmente como superior y perfecta, pero levantaba muros y sistemas represivos."
En esencia, se abrió una puerta para la comprensión histórica de esa farsa descomunal que fue el socialismo impuesto por el ejército soviético en la parte ocupada por ellos en Alemania y en otras naciones de Europa del Este. Si no hubiera caído el muro, nadie hubiera descubierto que se trataba (y se trata aún, pues pese a sus fracasos demostrados sigue teniendo fieles defensores) de un sistema que, mediante la represión, el control social, la imposición y la manipulación ideológica y social, decía luchar por un mundo mejor, más humano, más democrático, más inclusivo. Un verdadero y absoluto absurdo. Una sociedad que decía ser justa, equitativa y respetuosa del criterio ajeno, pero reprimía, encerraba y asesinaba a quienes se oponían a su modo de construir esa sociedad.
Una sociedad que se presentaba internacionalmente como superior y perfecta, pero levantaba muros y sistemas represivos y de control total sobre la población, para evitar que la gente escapara en masa hacia “el capitalismo salvaje” o que se escapara alguna parte de la dura y vergonzosa verdad que intentaban ocultar al mundo.
Una sociedad que decía luchar contra la barbarie capitalista, pero empleaba bárbaros métodos de aniquilamiento social dentro del país y se aliaba con el terrorismo internacional simplemente porque los terroristas, centenares de miles de muertos y víctimas inocentes mediante, también decían luchar contra el capitalismo. Una sociedad de la simulación, en definitiva, que se vino abajo por el propio peso de sus descomunales fracasos, como han caído siempre, en la historia y la vida, todas las máscaras.
Y si acudiéramos a las matemáticas, a la cuantificación del horror, ¿cuáles serían algunas de las cifras más reveladoras relacionadas con las cuatro décadas del accionar de la Stasi?
Habría cifras para aburrir. Precisamente esas cifras, en un país como Alemania, donde son tan apegados a registrarlo todo en informes detallados, han demostrado que la sociedad impuesta en la RDA, incluso con logros en algunos índices sociales, no era el paraíso que durante décadas pintó la propaganda socialista y de la izquierda internacional. Esas estadísticas echan por tierra, incluso, los supuestos logros sociales, pues estaban absolutamente ideologizados, eran cualquier cosa menos inclusivos o representativos de toda la población, como solía decir la propaganda, y por si no bastara, eran logros sujetados con alfileres, sin apenas basamento científico, sociológico o económico, con lo cual estaban condenados al fracaso, como efectivamente sucedió.
Quedan, eso sí, lo que llamo las cifras del horror. Entre 1961 y 1988, los años del muro, en un país supuestamente próspero en lo económico, los propios informes de la Stasi y del Partido Socialista Unificado de Alemania (PSUA) revelaban que más del 40 % de una población de cerca de 16 millones de habitantes estaba descontenta con la gestión política.
Documentada está una cifra superior a 100 mil ciudadanos que intentaron huir hacia el capitalismo a través de la frontera interalemana o el Muro de Berlín, y de ellos, más de 600 personas fueron abatidas a tiros por soldados fronterizos de la RDA o murieron de otra forma en su intento de huida (ahogados, en accidentes mortales o se suicidaron al ser descubiertos). Unas 70 mil personas murieron asesinadas por la Stasi (cifra aproximada esta, basada en los archivos que no pudieron destruir los funcionarios de la policía política cuando supieron que su poder había terminado, con lo cual se supone que la cifra de esas muertes sea mayor).
Y por las cárceles de la Stasi pasaron más de 250 mil prisioneros, simplemente por querer escapar del país o por oponerse a (o no cumplir con) las reglas estipuladas por la dictadura comunista. Otra cifra de la vergüenza serían los 12 mil millones de marcos alemanes que obtuvo el gobierno de la RDA vendiendo a la RFA a decenas de miles de esos prisioneros en lo que fue un verdadero negocio de tráfico humano legalizado. O los 28 mil millones de marcos alemanes que las empresas alemanas bajo el control del partido y de la Stasi obtuvieron a partir del trabajo esclavo de esos prisioneros, vendiendo mercancías producidas en las cárceles a empresas de algunos países de la Europa “capitalista”.
Tan solo en el muro de Berlín, en intentos de escape, perdieron la vida unas 140 personas: 100 fugitivos que fueron abatidos a tiros, se suicidaron o murieron de otra forma; 30 personas, tanto del Este como del Oeste, que fueron tiroteadas a pesar de que no tenían intención de huir; 8 soldados fronterizos de la RDA en servicio que fueron abatidos por desertores, camaradas o fugitivos. También murieron unos 251 viajantes de ambas Alemanias en conflictos surgidos al llevarse a cabo los controles en los pasos fronterizos de Berlín.
Todavía está por determinar y en estudio la cifra real de las incontables personas que, en ambas Alemanias, murieron de tristeza y desesperación por los efectos que tuvo para su vida la construcción del Muro, ya sea por la separación forzada de sus familiares más cercanos que cayeron al otro lado del muro, o ya sea por el vergonzoso método conocido como “Zersetzung” (o biodegradación social), que eran variados mecanismos científicos de marginación social y denigración humana y ciudadana con los cuales la Stasi frustró los sueños, las carreras profesionales, e incluso las vidas íntimas y familiares de cientos de miles de sus ciudadanos.
La Guerra Fría terminó, pero vivimos en un mundo en permanentes conflictos bélicos, atentados terroristas, y constantes tensiones. Como escritor y también como periodista e investigador, ¿has reflexionado sobre la condición humana y esa tremenda dificultad para vivir en paz los unos con los otros? ¿Cómo vislumbras el futuro del mundo?
Aunque soy cristiano y creo firmemente que solo Dios tiene derecho a juzgar el mal que hacemos, utilizando casi siempre para mal ese libre albedrío que Él nos dio, me he descubierto muchas veces pensando que deberíamos extinguirnos, por fuerte que suenen mis palabras. Me niego a aceptar que la condición humana tienda al mal, aunque eso veamos día a día, porque Dios nos hizo a su imagen y semejanza, y Dios es la expresión más excelsa y pura del amor. Es decir, somos buenos por nuestro origen espiritual, pero nos hemos plegado a los falsos dioses que nosotros mismos hemos creado para regir en este mundo: la ideología, la política y el dinero.
Mientras más observo el hermoso mundo que Dios nos dio (y que, por cierto, estamos destruyendo con nuestros actos); y mientras más observo que todavía existen millones de seres humanos que luchan por hacer el bien y llenar este mundo de amor, más creo en Dios. No podemos vivir en paz los unos con los otros justamente porque no hemos entendido el mensaje de Dios, que está muy claro en su palabra: “ama a tu prójimo como a ti mismo”, nos dice Jesucristo en Mateo 22:39. Pero más simple aún, si solamente nos limitáramos a cumplir en nuestro día a día los tan cacareados y tan poco cumplidos diez mandamientos, este mundo no estaría en el caos en que hoy vivimos.
¿Cómo vislumbro el futuro? Todo esto que vemos está anunciado en la Biblia de un modo inexplicable. Todo en ese futuro, entonces, como decían los ancianos allá en la Cuba de mi infancia, será “como Dios quiera”.