El 28 de enero se conmemoran veinte años de la muerte de Astrid Lindgren, la creadora de una de las dos grandes muchachitas de la literatura universal contemporánea: Pippi Calzaslargas, a cuyo lado y altura sólo puede colocarse nuestra Mafalda. Y eso me recuerda que si bien es verdad que entre las 16 galardonadas con el Premio Nobel no hay ni una sola francesa (Colette, Simone de Beauvoir y las dos Marguerites, Yourcenar y Duras, no existieron para los probos académicos suecos), ¡tampoco figura entre ellas su paisana Astrid Lindgren! Merde!
A mí me hace bastante gracia cuando oigo hablar del machismo meridional. Pues lo que es el escandinavo no le va a la zaga. Vean sin anteojeras el cine de Ingmar Bergman, y luego me cuentan, sin que eso quiera decir que sus films no sean obras de arte, y más de uno de ellos una obra maestra: no confundamos las churras con las merinas.
Pero alguna vez leí en alguna parte, y ahora no encuentro la referencia, que hubo un momento en la que la Academia Sueca no pudo seguir ignorando la literatura de Astrid Lindgren, y aunque desde luego jamás le hubieran concedido el Nobel, condescendieron a darle el Gran Premio de la Academia por el conjunto de su obra. Sólo que en el acto oficial de la entrega, el “inmortal” comisionado para la entrega del diploma correspondiente lo hizo ¡sin la mínima cortesía de levantarse de su asiento! Si eso no es machismo, que venga Thor y lo vea.
Por lo demás, confieso que aunque he leído las aventuras de Pippi Calzaslargas y lo pasé muy bien con la lectura, como demostraré más adelante, mi mayor atracción por la prosa de Astrid Lindgren se centró en su epistolario con Louise Hartung, su más fervorosa fan en Alemania, concretamente en Berlín occidental, donde desde su puesto en la Oficina para el Bienestar de la Juventud tantísimo hizo por la difusión de su bienamada autora en el ámbito de la lengua alemana.
Citaré sólo un pasaje de esa correspondencia, cuando el 1.12.1963, Astrid le escribe a Louise: “Comprendo que estés harta de todas las películas de horror y policiales. Creo que eso tiene que cambiar pronto. Todo este interés morboso debe embrutecer poco a poco hasta la ignorancia. ¿Entiendes lo que hace que la violencia y el crimen sean tan colosalmente atractivos? Estoy convencida de que todos estos gánsteres y películas policiales son terriblemente culpables y son participativas en la delincuencia de los jóvenes. Al fin y al cabo, la formación de su ideal está muy equivocada desde el principio. En la época en que se les inculcaba aquello de ‘la patria primero’ y la bandera azul y amarilla y sé fuerte, caballero de la luz, y cosas por el estilo, eso tampoco era tan bueno, pero al menos debería haber algunos ideales humanitarios a los que puedan aferrarse. Aunque el gánster sea retratado como antipático, me temo que los pobres débiles probablemente piensen que así de tough hay que ser. Dentro de cien años, creo que este periodo será considerado uno de los más oscuros de la historia de la humanidad”.
Y es hora de que pasemos a ocuparnos de Pippi Calzaslargas.
Si surfea uno en internet, www.google.com, y busca “Pippi Langstrumpf” (que así se llama en alemán), encontrará nada menos que 5.650.000 entradas referentes a ese prodigio inventado por la fantasía maternal de Astrid Lindgren. Como figura emanada de su caletre, para contársela a su hija Karin, enferma en la cama, Pippi nació en 1941, aunque debe decirse que el nombre de la figura se lo inventó su propia hija cuando ella le preguntó qué historia quería que le contase. Como personaje de un libro, vio la luz el 1.° de septiembre de 1945, corriendo el riesgo de la publicación la editorial Rabén & Sjörgen y siendo las ilustraciones de Ingrid Vang-Nyman.
Así quedó sellado el destino de la niña más popular del siglo XX, y así es que ha llegado a los 77 años de una larga vida en la que nunca ha dejado de tener tan sólo nueve.
Una larga vida, y eso a pesar de que al aparecer el libro hubo en Suecia una violenta discusión acerca de su protagonista, y un profesor de pedagogía y sicología achacó su creación a lo que calificaba de “fantasía enfermiza”. Porque la verdad es que Pippi amenazaba con llevar a la bancarrota el sistema educativo y el sistema de valores tradicionales. Pippi hacía su santísima voluntad y se reía de escuelas y policías en sus propias barbas. Pero como muy bien escribió Astrid Lindgren años después: “Si con la figura de Pippi albergué alguna vez otra intención que la de divertir a mis jóvenes lectores, sería la de mostrarles que se puede tener poder sin abusar del mismo, cosa que es claramente, de todas, la más difícil prueba de habilidad en la vida”.
Pippi Långstrump les ha hablado ya en por lo menos un medio centenar de lenguas a niños y adultos del mundo entero, siempre con ese nombre, traducido literalmente, menos en francés.
En francés es Fifi Brindacier y no Pippi, que en la lengua de Voltaire se pronunciaría “pipí” (excesivamente escatológico), ni tampoco Calzaslargas sino “Tien’asero”, según cuenta Juan Ramón Jiménez que decían los vecinos de Moguer viendo pasar a su burrillo: “Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo”. Como Pippi.
(Este poliglotismo de Pippi me hizo recordar alguna vez la deliciosa décima de don Nicolás Fernández de Moratín: “Admiróse un portugués / de ver que en su tierna infancia / todos los niños en Francia / supiesen hablar francés. / ‘Arte diabólica es’, / dijo, torciendo el mostacho, / ‘que para hablar en gabacho / un fidalgo en Portugal / llega a viejo, y lo habla mal; / y aquí lo parla un muchacho’”. Pippi, pardon!... Fifi, concretamente a los nueve años).
Por mi parte, confieso que en materia de literatura soy bastante pedofílico, y una de las niñas de las que me he enamorado hasta las cachas es esta Pippi, entre nosotros Pippilotta Rollgardina Victualia Peppermint Longstockin, y para abreviar Pippi Calzaslargas, y creo que me enamoré tan irremisiblemente de ella cuando la vi entrar a la tienda en cuya vitrina había un cartel donde rezaba: ¿PADECE DE PECAS?. “Pues no, no padezco de pecas”, le dice Pippi al dependiente. “Pero, querida niña,”, responde el pobre dependiente, “si tienes toda la cara llena de pecas...” “Claro que sí”, replica Pippi, “pero no padezco de ellas. A mí me gustan. ¡Buenos días!” ¡Pues claro está que sí! Si alguien no tiene el valor de gustarse como es, qué se le ha perdido en este valle de lágrimas de cocodrilo “e impuestos mucinipales”... como diría la propia Pippi.
Para mí, Pippi pertenece por derecho propio a un mundo en el que se mueven con leyes propias su compatriota Nils Holgersson, el Lazarillo de Tormes, Oliver Twist y la pequeña Dorritt, Tom Sawyer y Huckleberry Finn, Zazie, Alicia en el país de las maravillas, Kim de la India y Mowgli, el Naricinho del brasileño Monteiro Lobato, Peter Pan, Mafalda, y el menos conocido Wouterje Pieterse, ese quijote infantil de Multatuli (el autor neerlandés que escribió la primera novela anticolonialista de la Historia, la incomparable Max Havelaar), y desde luego, también,el principito de Saint-Exupéry: Pippi es, por cierto, una princesita... plebeya, gracias a los dioses.
Y desde luego que hay diferencias fundamentales entre todos ellos. Por ejemplo: Alicia es una personita a la que le suceden cosas, y Pippi es una personaja que hace que las cosas sucedan; y Alicia vive en el mundo de todos los días desde el cual entra en el mundo de la fantasía, y Pippi es una figura directamente feérica, de cuento de hadas, que incide en la vida de todos los días.
Con todo, déjenme decirles que puesto a elegir entre una y otra, el Mr. Hyde pedofílico que me habita se queda con las dos. Y en unión de Tommy y de Annika, de Pequeño Tío y del Señor Nilsson, de Tweedledum y de Humpty Dumpty, del Gato de Cheshire y el Sombrerero Loco, brindo por una larga vida de ambas y, para que no me tachen de corruptor de menores, cambio el whisky del brindis por una limonada. Cheers & Skøl!!!!!