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Opinión | Autopsia de una fundación: la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) en 1961 (primera parte)

"En el comunismo los artistas, los escritores, los científicos carecen de derechos. En realidad, todos carecen de derechos."

Libros, lápices y otros artículos "culturales" junto a la bandera cubana
Imagen: Árbol Invertido (generada con IA)

En el transcurso del año 2024, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) efectuará su X Congreso. La convocatoria a este, circulada hace semanas, vuelve a hablar de diálogo con la vanguardia política, de esfuerzos y logros, etc., en una reiteración del reducido léxico y falsos enfoques de una institución que, en este momento, es un cadáver definitivo. 

Lo interesante no es tanto que la UNEAC en el presente resulte un completo engaño: resulta, a mi juicio, más pertinente para una visión más precisa de la realidad cubana en la actualidad, el comprender qué perfiles esenciales caracterizaron a esa organización castro-estalinista desde el momento mismo de su fundación. 

Y aunque ese retrato es bien difícil de trazar, al menos creo que puede adelantarse si se realiza una lectura atenta de la memoria periodística que sobre la reunión de escritores y artistas que se realizó a mediados de agosto de 1961, es decir, a pocas semanas de que se hubiera llevado a cabo la infausta reunión que, bajo el pretexto del estreno de PM, de “Sabá” Cabrera Infante y Orlando Jiménez, fue utilizada por Fidel Castro para establecer que los escritores y artistas no tendrían ningún derecho para asumir posturas contrarias a su régimen, es decir, “dentro de la Revolución, todo”, pero fuera de ella ningún derecho. Todo esto fue una escalada del totalitarismo  para anular todo debate, toda independencia intelectual. 

"Luego de la fundación de la UNEAC, aparece toda una Memoria. Y es vital para nuestro presente y para entender la política cultural del castrismo hasta hoy."

De hecho, 1961 es el año de la aniquilación de la libertad de pensamiento en Cuba. Y no concluyó con la fundación de la UNEAC, sino que luego de ella se tomaron otras medidas, notoriamente el cierre del semanario Lunes de Revolución, del propio periódico Revolución  y, por supuesto, del espacio televisivo que asociado al diario había abierto Carlos Franqui.

Lunes de Revolución publicó una “Memoria” de aquel congreso en que se fundó la UNEAC. Me interesa destacar aquí que ese semanario no había publicado absolutamente nada luego de la ominosa reunión de escritores y artistas con Fidel Castro (de paso, la primera que se realizaba oficialmente entre el flamante tirano y aquellos) y del mencionado discurso “Palabras a los intelectuales”. 

¿Esa mencionada “Memoria" fue un intento de apaciguamiento? Quién sabe. Lo cierto es que, luego del discurso estalinista de Castro, Lunes de Revolución había publicado textos significativos por sus temas, considerados muy oportunos en aquel clima de cacería de brujas, sobre Viet-Nam, Laos, la Unión Soviética. Ahora, luego de la fundación de la UNEAC, aparece toda una Memoria.[1] Y es vital para nuestro presente y para entender la política cultural del castrismo hasta hoy.

Hubo una serie de invitados extranjeros a esa reunión fundadora y diversos países estuvieron representados, entre otros,  México, Bulgaria, Italia, Brasil, Venezuela, Japón, Hungría, Bolivia, Estados Unidos, España, Uruguay, Alemania y desde luego la Unión Soviética. Se contó además con invitados especiales, como Nathalie Sarraute, José Revueltas, Ezequiel Martínez Estrada, Nils Castro, Javier Guerrero. Todavía en la década del ochenta hubo alguna reunión a la que se invitó a extranjeros, pero luego esta apertura a una participación no nacional fue por completo desechada.

Los oradores del congreso fundacional de la UNEAC

Otro elemento de interés significativo radica en quiénes fueron los oradores principales de dicho congreso. Véase la nómina:

  1. Nicolás Guillén, poeta, quien usó de la palabra en TRES OCASIONES: apertura, informe y cierre. No hay que decir que se trataba de una voz del Partido Socialista Popular.
  2. Vicentina Antuña Tabío, en su condición de directora de Cultura en el Ministerio de Educación, miembro y en su día fundadora del Partido Socialista Popular.
  3. Osvaldo Dorticós Torrado, presidente de la República de Cuba. Desde luego, militante del Partido Socialista Popular.
  4. José Antonio Portuondo Valdor, ensayista, militante del Partido Socialista Popular.
  5. Alejo Carpentier, en ese momento sin filiación política a partidos.

Huelgan los comentarios. El primer congreso, la fundación misma, había sido entregada al Partido Socialista Popular. Una lectura cuidadosa de las siete intervenciones (tres a cargo de Guillén) ponen de manifiesto otros elementos decisivos para comprender que la flamante organización nacía por completo muerta. Hagamos la autopsia de cadáver naciente.

Las palabras de apertura se confiaron a Guillén. Me imagino que por el hecho de que, entre los cuatro oradores del Partido Socialista Popular, el único que tenía una verdadera relevancia literaria era él. Dorticós estaba como presidente de la nación. Portuondo ni entonces ni después tuvo una obra escrita que permitiera, salvo en los círculos comunistas de Cuba y algunos de América Latina, sobre todo en México, considerarlo como de alguna relevancia cultural. Sus estudios sobre Cuba son débiles, sin profundidad e, incluso, con errores manifiestos. 

"Las palabras de apertura de Guillén giran en torno a Federico García Lorca, Miguel Hernández y Antonio Machado."

Ni siquiera en la Cuba actual, ni siquiera en trabajos estudiantiles, Portuondo es citado o aludido. La Universidad de Oriente, en un momento determinado, luego de su muerte, organizó un evento de investigaciones filológicas con el nombre de José Antonio Portuondo. E incluso en ese marco se cosecharon pocos estudios sobre el portavoz del estalinismo en Cuba. De modo que, como se verá luego, Guillén y Carpentier fueron las voces de relieve en la cita de los artistas e intelectuales cubanos. Nótese que no habló ningún artista de otra manifestación: ni pintor, ni músico, ni arquitecto. Y los había. Pero no debían hablar, obviamente no había ninguno confiable.

Las palabras de apertura de Guillén son sorprendentes. Giran sobre todo en torno a Federico García Lorca, Miguel Hernández y Antonio Machado. De alguna manera entra en el tema de las transformaciones que a su juicio introduce una revolución en la cultura. Pero llama la atención que él trataba de apaciguar la desconfianza en cuanto a que se intentaría por el castrismo una amputación o replanteo de la cultura cubana. Dice Guillén:

¿Quiere decir esto, acaso, que una revolución es estreno de una cultura? Seguro que no. Una revolución que está empeñada en transformar la vida cultural de un país debe comenzar precisamente por recoger, purificándolo, evaluándolo con sentido histórico, todo el acervo cultural de la nación. Una revolución que se hace contra las peores tradiciones de un país, en el orden cultural, aunque esto parezca paradoja, debe comenzar por mantener y salvar la buena tradición cultural de ese país.[2]

Y aquí ya, inevitablemente, dada la inhabilidad teórica y la inconsecuencia del orador, se advierte la inconsecuencia y la trampa. Pues, ¿quién determina cuál es la “buena” y cuál es la “mala” tradición de un país? Por supuesto, los comunistas. Pero unos que ignorarían siempre incluso las formulaciones y características de una disciplina como la tradicionología, aun la desarrollada en el mismo bloque de países comunistas, como el esquemático, pero profesional Markarian, quizás el tradicionólogo más destacado de la antigua URSS y su propuesta para el diseño de una disciplina llamada tradicionología; o, mucho más audaz, como la musicóloga polaca Zofia Lissa. 

Simplemente, en el más puro sentido de imposición, la tradición “buena” es lo que los comunistas decidieron que lo era, y en particular, dado su bajo nivel de conocimiento real del arte, todo lo que fuera figurativo, directo y simplemente comprensible para cualquiera, en suma, populismo puro.

Pero también la tradición “buena” fue utilizada como instrumento de represión y amputación cultural. Recuérdese todas las exclusiones que acribillan de lugares vacíos y nombres silenciados en el Diccionario de literatura cubana, que elaboró el Instituto de Literatura y Lingüística en particular bajo la dirección de Mirta Aguirre, destacada figura del Partido Socialista Popular. 

No olvido la ocurrencia de una profesora mía de bachillerato que me informo muy satisfecha que ya no se estudiaría en el nivel secundario a José de la Luz y Caballero, porque se había decidido que era homosexual. Ni que, ya estudiante de Letras en la Universidad de La Habana, no recibí clases, ni información alguna académica, sobre la obra de José Lezama Lima. Y no fue este el único autor ignorado en el espacio académico: tampoco se hablaba de Dulce María Loynaz, ni de Lino Novás Calvo, ni de Gastón Baquero, por solo mencionar tres nombres imprescindibles. Los historiadores que habían abandonado el país después de 1959 igualmente pasaron de inmediato a formar parte de la “tradición mala”. 

"Desaparecieron de la vista pública, en un silencio agresivo, todos los libros, los nombres y las ideas de quienes eran enemigos del castrismo".

Y en el terreno de las ciencias ocurrió otro tanto, véase el caso del matemático Baldor. De modo que lo que tuvo lugar en el país fue exactamente lo contrario de lo que Guillén esgrimió en cuanto a estrenar una nueva cultura: por el contrario, eso era lo que se preparaba por el régimen y sus comisarios. La declaración de Guillén, por tanto, no era más que un intento de tranquilizar las sospechas que se habían esparcido en cuanto a las intenciones culturales del castrismo. 

Guillén agrega en otro momento que quiero traer a colación: “Nuestra cultura habrá de encontrar sus propios caminos, pero en contacto con todas las manifestaciones de la cultura universal y, además, con el aprovechamiento de esa tradición cultural, de esas obras, de aquellos logros, de aquellas realizaciones para así poder continuar con sentido de vigencia nuestro pasado cultural”.[3] 

Todo era exactamente lo opuesto: desaparecieron de la vista pública, en un silencio agresivo, todos los libros, los nombres y las ideas de quienes en el pasado habían sido anticomunistas o en el presente eran enemigos del castrismo o se habían exiliado. El ajuste de cuentas se extendió a la misma cultura universal, y Julio César, imperator dictatorial fue presentado como preferible a Cicerón, republicano de derechas. Todo esto se realizó con una coherencia impresionante y una voluntad de exterminio de la cultura implacable.

Osvaldo Dorticós, "preocupado" por el arte abstracto

Las palabras de Vicentina Antuña, secretaria de Cultura, discretas en extremo, no dejaron, sin embargo, de insistir en la perfección de la política cultural del castrismo. Seguidamente, la intervención de Osvaldo Dorticós Torrado, presidente de Cuba, se proyectó de un modo más ominoso y revelador. Asumiendo la postura de omnisciencia y de autoridad en estética, Dorticós es el primero del grupo en poner sobre el tapete un problema difícil de comprender hoy: el odio de los comunistas al abstraccionismo pictórico, cubano y extranjero. Estalinismo puro y duro, desde luego, pero vale la pena mirar dentro del cadáver y analizar por qué eso preocupaba tanto a los comisarios del momento.

La pintura abstracta, pero también el abstraccionismo en música, arquitectura y aun literatura, comenzó a gestarse desde principios del siglo XX. Está ligada esta tendencia a la inmensa renovación de los lenguajes del arte desde el pasado siglo hasta hoy. Una serie de experimentaciones desde el abstraccionismo dieron lugar a variadísimas posturas ligadas con él, tales como el cubismo abstracto, el suprematismo, el sincromismo, el arte cinético, el abstraccionismo postpictórico, y otros muchos. Sin el abstraccionismo una serie de grandes artistas de todo el planeta no hubieran llegado a ser lo que son hoy, y en esa lista que no voy a enumerar aquí, incluyo nada menos que a Pollock y a Rothko. 

En la temprana Unión Soviética, dos hombres encarnaron la lucha por un arte nuevo: Vasili Kandinski y Malévich. Como es frecuente, frente a ellos, espirituales e idealistas, aunque colaboraron con los primeros años del comunismo soviético, se levantaron dos personas con cierto talento, pero sobre todo con una gran habilidad para hacerse gratos al comunismo soviético: Vladimir Tatlin y Alexander Rodchenko, enfocados en modalidades artísticas que incluían la propaganda política a favor del comunismo. ¿Tendré que decir quiénes se impusieron? Por supuesto que no. Y Kandinsky tuvo que escapar del paraíso comunista.

"La UNEAC nació muerta y fue así porque no había ni la menor intención de que fuera una organización viva."

Pero no se trataba solo de expulsar al hombre: había que combatir su pensamiento, expuesto en diversos textos y en particular en uno de los opúsculos más bellos de la historia del pensamiento estético mundial: Lo espiritual en el arte. Se dice que Stalin ordenó que sicarios suyos recorrieran Europa para comprar cuadros de Kandinsky y tal vez también de Chagall, para llevarlos a Moscú y destruirlos u ocultarlos. Parece una historia de cuentos de brujas, pero tiene que ver con el odio esencial de los comunistas soviéticos por el arte y los intelectuales

Esa psicopatía política fue extendida a los partidos comunistas del mundo como una postura estética necesaria. Y así se transmitió a Cuba. De modo que la fundación de la UNEAC se vio sazonada con lugares comunes semianalfabetos que se orientaron a la manipulación de los artistas y escritores del país. Una organización de arte y literatura no puede levantarse desde la total brutalidad e ignorancia: la UNEAC nació muerta y fue así porque no había ni la menor intención de que fuera una organización viva. Dorticós lo implicó con las palabras lamentables que pronunció desde su posición de marioneta política:

Pero también importa recordar que la comunicación con el pueblo, a la par que exige la más alta dignidad literaria y artística, exige también un gran esfuerzo por desterrar el hermetismo intelectual. Nosotros sabemos hasta qué grado nuestra vida cultural pasada, muestra lamentable de indigencia intelectual de una república frustrada por la influencia del imperialismo, instó a muchos de los mejores  hombres de artes y de letras hacia caminos de evasión y de hermetismo. Y esos hombres, algunos de ellos, están hoy con la Revolución, y a esos hombres, sin embargo de lo dicho antes, la Revolución debe estimar. 

Esto que proclamamos no implica, en consecuencia, que por ejemplo debemos fulminar las manifestaciones del arte abstracto. Debemos esforzarnos por que las manifestaciones literarias y artísticas del futuro no estén determinadas en lo esencial por esas corrientes. Pero ello no es obstáculo, sin embargo, para que en la gran tarea que hoy iniciamos escritores y artistas, estén presentes, con entusiasmo, artistas abstractos.[4]

Pura demagogia. No se molesta en dar una sola razón de ningún tipo para excluir a los abstraccionistas. ¿Para qué? El poder lo tenían ellos y no tenían nada que explicar. Y desde luego no iban a decir que simplemente estaban siguiendo instrucciones de Moscú. Y encima, el supremo descaro de esperar que los artistas abstractos se sumaran alegremente a la política castrocomunista. Se requería una actitud totalmente despótica, un desprecio supremo por los demás, una alegre y descarada ignorancia, para expresarse así. 

Pero todavía la intervención del presidente-marioneta iba a llegar más lejos. Véase: “Hasta ahora hemos hablado de vuestros deberes, pero yo no quiero terminar mis palabras de esta noche sin afirmar también que todos nosotros, que hoy en nombre del pueblo os demandamos el cumplimiento de esos deberes, tenemos la alborozada convicción de que ustedes habrán de cumplirlos”.

"En el comunismo los artistas, los escritores, los científicos carecen de derechos. En realidad, todos carecen de derechos."

¿Esperaba alguno de mis lectores aquí que Dorticós hablase de derechos de los artistas y escritores? Vamos, amigos, qué ingenuidad: en el comunismo los artistas, los escritores, los científicos carecen de derechos. En realidad, todos carecen de derechos.  

Aquí tienen la autopsia del ambiente en que se fundó la UNEAC, la perspectiva con la cual se creó: cuerpo de dominación, silenciamiento y maltrato a los creadores. En el fondo, hasta había cierto privilegio de ellos frente a otras personas de pensamiento: los científicos no tuvieron ni siquiera una UNEAC y se vieron todavía más avasallados que los artistas y escritores. 

Ahí está, por ejemplo, el terrible caso de la Dra. Hilda Molina, neuróloga, que tuvo que enfrentar las iras y el resentimiento de Fidel Castro; o la enfermedad y muerte, olvidado y hecho a un lado, del en su día famoso y admirado cirujano ortopédico Dr. Rodrígo Álvarez Cambra. Pero eso es una página de la historia más o menos secreta del castrismo que algún día tendrá que escribirse, pero que será más difícil que la de los artistas y escritores.


[1] Cfr. Lunes de Revolución. No.120. 28 de agosto de 1961.

[2] Ibíd., 7.

[3] Ibíd., p. 8.

[4] Ibíd.

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Luis Álvarez

Luis Álvarez Álvarez

(Camagüey, 1951). Poeta, crítico literario e investigador cubano. Es Doctor en Ciencias (2001) y Doctor en Ciencias Filológicas (1989), ambos por la Universidad de La Habana, donde trabajó durante varios años. Distinguido con el Premio Nacional de Literatura (2017) y miembro de honor de la Fundación Nicolás Guillén (2019).

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