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Derechos humanos | Hacia la democracia cubana

Lecciones para Cuba. "La protesta política del 11 de Julio exigió el fin del socialismo y el comienzo de la democracia cubana. Se acabó el quietismo que atormentaba a Varela".

Protestas en Cuba
El pueblo protestando en las calles de Cuba el 11 de julio de 2021. | Imagen: AP

El 10 de abril de 1892 la emigración mambisa proclama su Partido y elige en votación secreta a su Delegado. ¿Hemos entendido? ¿Alguna vez entenderemos algo? Un partido político. No una organización militar, aunque se crea para una guerra. Hay una votación secreta para la dirección política, no un líder con derechos propios: incluso se titula delegado de su gente, no más. El poder está en la gente. El partido consiste en una agrupación de clubes políticos repartidos por EU y el Caribe, de los que el Delegado no tiene control sino de una parte de sus finanzas; pero los clubes sí pueden destituir al Delegado, al que eligen anualmente. El Partido no tiene una publicación oficial. Tampoco una ideología fuera de la idea de la independencia: lo integran el socialista Baliño y el antisocialista Rafael de Castro Palomino. La fecha lo dice todo: aunque Martí había celebrado año tras año la fecha del alzamiento de Yara, escoge el aniversario de la Constitución de Guáimaro, con la que comenzaba la construcción de la democracia en Cuba.

A diferencia de Gómez y Maceo, cuyo plan de organización militar y dictatorial había fracasado en 1884 después de descalificar al proyecto democrático de Martí como afeminamiento nunca visto, el Delegado quería una guerra de base democrática para garantizar la democracia en la independencia. Como Heredia, había visto a los héroes convertirse en dictadores en cualquier país de Nuestra América. Los había sufrido y enfrentado personalmente. Quería democracia, como los padres de Guáimaro. Sabía que fuera de la democracia no había sino dictadura y fracaso. Por otro lado, había conocido también las debilidades de una democracia liberal formal, pues recordemos que fue cronista parlamentario con 22 años de edad en el México posterior a Juárez. Tampoco era un repetidor de los errores de Guáimaro: en una entrevista con The New York Herald en 1893 Martí declaró: Errores inevitables en la anterior impreparada revolución fue el primer paso que colocó al esclavo, como un hombre libre, al lado de su amo y en la cual las clases representativas fracasaron al no inspirarse en el espíritu decisivo del momento y actuaron confusamente. La separación entre el pueblo y los líderes y la acción confusa serán, como veremos de inmediato, características permanentes de la lucha por la democracia en Cuba. Pero Martí asume lo positivo de esa tradición, la lucha por la democracia. Para él no se trata de formas, sino de pactos sociales, y de un proceso. En un día no se hacen repúblicas, precisó también.

Ha resultado ser una verdad excesiva. La guerra de independencia se hizo sin Martí. Sin su palabra y sin su persona. Incluso sin su gente, pues buena parte de sus seguidores más cercanos fueron eliminados por gente ambiciosa y muy inferior, o abandonaron la prédica martiana por esa confusión que abunda tanto entre nosotros. El sucesor de Martí en el Partido, Estrada Palma, estaba desconectado de cualquier cercanía con el mártir de Dos Ríos. Y enfrentaba unos pactos sociales imposibles. La estrenada República tenía que ensayar una democracia en un país donde el 69 por ciento de la población era analfabeta, una enorme cantidad de habitantes eran extranjeros nacidos en la potencia colonial derrotada, otros habían sido esclavos que no se sublevaron menos de treinta años antes, y en donde 80 000 nacidos en el país, incluyendo negros y pobres de solemnidad, habían luchado con las armas en la mano, y de manera feroz y contundente, contra los 30 000 mambises. Si a esto se suma que la mayor parte de los cubanos con poder económico eran autonomistas, gente para la cual los mambises eran delincuentes y criminales, y para los que la república era en el mejor de los casos una idiotez, un invento de los yanquis para sustituir a España como metrópolis, entonces hay que mirar con respeto a los patriotas que habían luchado y vencido, hasta donde pudieron, por construir una democracia liberal literalmente en el fin del mundo, aunque a la vera de los Estados Unidos. Estos hombres creían en lo que habían hecho.

Frente a este panorama social, que conocían en detalle, los padres de la Patria reunidos en la Convención de 1901 establecieron el sufragio universal masculino como base de la democracia cubana. Interesante: el único autonomista sentado en esa sala, Giberga, estuvo en contra. Porque el generoso reconocimiento, a través de la universalidad del voto, del Pueblo como Soberano, no podía gustar a ese aristócrata del dinero. Esta previsión política de altura, en la línea del Con todos de Martí, reconocía el papel del pueblo llano en la construcción de la nación y poseía un alcance pedagógico, casi didáctico, para todos los que estaban lejos de la simpatía por el nuevo poder. Se admitían como votantes, esto es, como factores de poder, a los ricachones españoles y cubanos que habían vaciado sus bolsillos para matar mambises, a los negros y pobres que los mataron con sus propias manos, a los indiferentes y a los calculadores, a los oportunistas y los ladrones, a los títulos nobiliarios que hablaban francés y a los brutos. La base mambisa, clase media de la ciudad y el campo, quedaban en manos de una mayoría enemiga o por lo menos dudosa, a la que debían convencer y dirigir.

Sin embargo, los hechos demostraron que la pedagogía de la generosidad iba a ser materia de escándalo. Cuando los comunistas insisten en la venalidad del voto en aquella república que llaman mediatizada, se les olvida que la venalidad era la de los políticos con el pueblo. La gente de arriba ni siquiera votaba: los de abajo estaban lejos de poder saber qué daño se hacían vendiendo el voto, aunque sabían que era inmoral hacerlo. A medida que el analfabetismo se redujo a la mitad y la clase media empezó a dominar el país, el fraude se hizo difícil: Grau ganó limpiamente, Prío tal vez con menos pulcritud, pero de ninguna manera con las violencias anteriores. De ahí el golpe de estado de Batista: sus partidarios eran muchos pero jamás hubieran podido imponerse en un proceso electoral. Frente a la evolución positiva, y dolorosa, de los pueblos, siempre habrá la asechanza de algún tirano. Frente a la sabiduría de los Constituyentes, el político malo, y maligno.

Pues en efecto esa falta de homogeneidad democrática de los primeros años de la República creó una desgracia que padecemos hasta hoy: la separación entre los políticos y el pueblo. Al principio, positiva: los Constituyentes, incluso Estrada Palma, eran más patriotas y más pueblo representado que buena parte del pueblo. Pero el pueblo había vivido como esclavo, y con esclavos, durante cuatrocientos años. El delito de haber sido esclavo, dijo Martí, se paga siéndolo mucho tiempo todavía. Y todavía estamos pagando esa desgracia. Pero aún más en aquel momento: pretender una conciencia democrática con ese material humano perjudicado por hábitos centenarios de servilismo, era un desafío tremendo. Los cincuenta años de República fallaron en crear ciudadanos, como advirtieron todos los demócratas de entonces, comenzando por Jorge Mañach, increpando al pueblo que se callaba las verdades, vendía el voto y elegía delincuentes al Congreso, como puede verse en su discurso de enero de 1952 a unos pasos de la Casa Natal de Martí. Por su parte, la clase alta cubana se desentendía de la política, y de los políticos. Téngase en cuenta que si en la primera guerra algunos de los hombres más ricos del país se habían alzado, en la segunda solo Martha Abreu, hasta donde recuerdo, se hizo mambisa. Al estrenarse la república el poder económico estaba en manos de comerciantes españoles enemigos de esta y de cualquier república. La venalidad de los políticos y el dominio norteamericano convenció a los nuevos ricos que la república consistía en unos políticos que buscaban dinero, que la democracia garantizaba el dominio de la plebe, y que ahí estaban los yanquis para mantenerles los negocios, pasara lo que pasara con la chusma. Incluso si el plebeyo se había hecho millonario, el espíritu de casta cerrada los excluía: Batista fue rechazado por el Club de los blancos. Dos millonarios fueron electos por el pueblo, Grau y Prío, pero la base de los auténticos no era la clase alta, sino la clase media y una parte del pueblo llano. Los comunistas, desde luego, participaban eficazmente del juego democrático con el objetivo proclamado de destruirlo. Esta disfuncionalidad profunda de la sociedad cubana para el ejercicio de una democracia que se quedaba en institutos fantásticos y burlables y en choteos reales, culmina en la tristeza de un hombre rico que lo pierde todo, incluso la vida, tratando de hacer una política decente sin verdadera base social ni política: Chibás; y en el triunfo de la violencia de una parte de la clase media que se lanzó a destruir a su propio partido: los ortodoxos. Con este material, los violentos hicieron esfumarse en unos meses de 1959 la democracia de papel que habían jurado restaurar.

No se trataba de un golpe de mano que pudiera ser revertido a corto plazo. Los batistianos no solo habían acabado con la confianza en las instituciones representativas y en el ejército como su guardián, sino que huyeron cobarde e irresponsablemente todas las cabezas de los poderes ejecutivo y legislativo, dejando acéfala a la república como en tiempos de Estrada Palma. Al poder judicial, un adorno en una dictadura, ni se le ocurrió decir algo. El restablecimiento de la Constitución del 40 en enero de 1959 se hizo pues en una ausencia de legitimidad democrática. El poder estaba ahora en un ejército sin control y en unas multitudes idénticas a las del 95 o el 30, celebrando a unos héroes victoriosos que se habían guardado mucho de apoyar en esas mismas calles. La pasividad embrutece: elecciones para qué, partidos para qué, políticos para qué. Que los jefes sean jefes, que hagan lo que haya que hacer y que nos den lo que nos merecemos.

Los guerrilleros desecharon rápidamente a los demócratas de su grupo y decidieron apartarse para siempre de la democracia representativa, en aras de —ponerse los cinturones por favor— la democracia directa. Las asambleas multitudinarias se fingen parlamentos en donde no solo no se parlamenta nada, sino que ni siquiera se habla, solo se escucha al Máximo Líder, que pronto se convierte en líder único del partido único. La Habana se transforma mágicamente en Atenas, que legisla por todo el Peloponeso y hasta por el archipiélago cubano, y surgen las Declaraciones famosas, que en realidad casi nadie que está en la Plaza entiende. Son además declaraciones programáticas, intensamente retóricas y bastante ambiguas, no muy compatibles una con otra, y para nada cuestionables o modificables. Con el tiempo se convertirán en inútiles, pero muchos de los que levantaron la mano para aprobarlas fueron enseguida a prisión, o perdieron sus propiedades, o tuvieron que exiliarse gracias a las misteriosas previsiones ocultas en esas Declaraciones. Con todo, una parte del pueblo está en desacuerdo y comienza una nueva guerra civil. La derrota de estos guerreros, provenientes muchos de las filas revolucionarias, elimina para siempre sus personas de la sociedad cubana, y por lo tanto cualquier liderazgo o pedagogía popular democrática desaparece totalmente.

Por otro lado, la misma clase alta desentendida de la política y el pueblo, lleva el desconecte al máximo huyendo a la mayor velocidad posible. Una parte sigue esperando a que lleguen los yanquis, pero finalmente se monta en el Panamerican también. En el mediocre filme de Titón Los sobrevivientes nos presentan a esa clase como unos anormales apáticos, con un toque de homosexualismo. Esa clase había convertido a Cuba en la azucarera del mundo. El millonario Pote había construido la Habana del Oeste, la Ciudad jardín de Miramar y el hoy barrio de Siboney, en donde viven desde siempre los mayimbes mayores. A la Condesa de Revilla Camargo le debemos Pro Arte Musical, es decir, que Alicia Alonso no se quedara en una bailarina de tap. Los historiadores comunistas reconocen que esa clase trabajaba duro, que no malgastaba un centavo en fiestas ni palacios, que estaba superando su limitada capacidad intelectual haciendo estudiar a sus herederos en Harvard. Moreno Fraginals sostuvo que el hombre más inteligente que había conocido era Julio Lobo, el rey del azúcar, que en su exilio madrileño solicitó que la enseña nacional cubriera su ataúd: el gobierno actual ha puesto una placa en la que fuera su casona. Pero la desconexión de esta clase con el pueblo y con los políticos la dejó sin más opción que la huida. Detrás, toda la clase media alta y la clase media propiamente dicha que había engendrado y propiciado la violencia. Después de las expropiaciones de 1968 se fue también lo que quedaba de la pequeña burguesía.

Con esta escapada unánime el país se vaciaba de los valores que una democracia incipiente había creado en el país. Mis amigos jóvenes se niegan a creer que a mí me permitieron siempre expresarme como me daba la gana en mi casa: ni de niño me mandaron a callar. Vivíamos diez personas en esta casona, bastante estrechos, pero nunca nadie objetó las decisiones personales de otro. Ahora bien, el vacío de gente con ideas liberales nos dejó en manos de la Unanimidad. En la década del setenta, en una universidad cubana era peligroso discrepar acerca de pelota. Cuando fueron a botarme de la Universidad de Camagüey, un profesor amenazó con pasarme por encima el tanque de la dictadura del proletariado: por ahí anda ese infeliz, triste y con hambre. La eliminación absoluta de la propiedad privada, incluso la del trabajo de mi tío que era zapatero remendón, garantizaba una unanimidad de no propietarios, incluso de las casas que no se podían ni vender ni alquilar; un acuerdo perfecto de los empleados desposeídos, de que iban a recibir bienestar y gloria de parte del Estado, sin más esfuerzo que el del servilismo y el silencio. Era el triunfo completo de la pasividad histórica del cubano, de los tranquilistas, del mortífero quietismo cubano, que denunciara el Venerable Félix Varela; de los ciegos, los unánimes rebaños, de los carneros, detestados al principio de la República por José Manuel Poveda y Regino Boti. Pero ni siquiera en ese momento de liquidación de liberales y de fabricación de hombres nuevos ideológicos, el humano cubano dejó de ser hijo del Creador: la crisis de 1980 dejó claro que el silencio ocultaba mucha disidencia. No vivo en una sociedad perfecta, cantó al fin Pablito. Un chorro de petrodólares soviéticos logró acallar la protesta durante unos cinco años, hasta que los soviéticos cerraron la llave: se inicia entonces la crisis moral profunda de la sociedad cubana, en que los empleados desposeídos se dividen en dos: los que reciben privilegios por estar asociados de alguna manera al mayimbato, y nosotros, los condenados a la miseria sin fin. Los que podían, huían. Porque el síndrome de la lucha parecía excluido para siempre por el mortífero quietismo secular.

Pues bien: se acabó. Lo había predicho la canción popular. Lo anunciaban los artistas en una manifestación pública. La Unanimidad de los desposeídos de propiedades y libertades tenía que terminar en una protesta unánime. Según el gobierno, se trata de tres o cuatro gatos, o de tres mil o cuatro mil en el peor caso. Pero el problema de la unanimidad es que se quiebra con un solo voto en contra. Ya el referendo dejaba claro que había al menos 2 482 108 ciudadanos que se atrevían a declararse contra el socialismo (los que votaron no, los que no votamos y los que estropearon la boleta o votaron en blanco). La cifra probablemente fue mayor, pero suficiente para que cualquier estadista pensara que la antigua unanimidad había desaparecido y que los cambios urgían. Ya en la década del ochenta la unanimidad de los hombres nuevos había empezado a resquebrajarse con la religiosidad, la libertad sexual, los reclamos de algunas libertades, el surgimiento de una oposición de cuatro heroicos gatos. El gobernante había maniobrado con habilidad para asimilar esos cristales rotos. Sin embargo, el dato del referendo fue apreciado solo para aumentar la represión, la cerrazón ideológica, las ilusiones de un gardeo a presión sobre los ciudadanos. Mientras el país perdía las fuentes de financiamiento externo, el mayimbato se dedicó a refinamientos organizativos y jurídicos; y las tiendas se vaciaron ya a fines de 2019. Es necesario recordar una y otra vez este dato, para los que creen que la causa de la protesta es la pandemia. Pero llegó la pandemia en medio del mismo mortífero quietismo secular, con algunas rebeliones parciales y pequeñas que, desde luego, prometía ampliar el escenario. Los nuevos ricos del mayimbato, convencidos de su omnipotencia, se lanzaron en plena pandemia a un llamado ordenamiento que dejaba convertida en caricias los peores paquetazos neoliberales que habían estado condenando por años en todas las latitudes. En cuestión de seis meses el pueblo reflexionó y luego protestó de Occidente al Oriente. Pero no contra los errores del gobierno. No estamos en la época de viva el rey y muera el mal gobierno. Los que protestan piden libertad, o lo que es lo mismo, el fin del socialismo. Es inútil que el gobierno diga que solo una minoría llevaba esas consignas: cualquiera pudo doblar la esquina y regresar a su casa al oírlas, pero qué va, esos gritos atraían más y más ciudadanos, conscientes del peligro de escucharlas, y ni hablar de seguirlas. La protesta del 11 de julio es una protesta política que exige el fin del socialismo y el comienzo de la democracia cubana.

Este acontecimiento excepcional va a ser estudiado por décadas. Ya están en esa tarea algunos analistas gubernamentales, con el fin de liquidar cualquiera otra incomodidad y consolidar a los nuevos ricos del mayimbato con una estabilidad norcoreana. Mi tarea consiste en ayudar a entender todo lo que en este momento puede estar diciéndonos el pueblo para alcanzar una democracia popular viable. Es mi felicidad ir detrás del pueblo y no delante. El pueblo de la patria ha demostrado una originalidad y un poder creativo ante el cual tiene que inclinarse cualquier ciudadano con un mínimo de inteligencia y de nobleza.

He aquí algunas de sus lecciones:

Fin del quietismo secular

Por primera vez en medio milenio, el pueblo llano se lanza a una protesta política pacífica, de Occidente al Oriente, con demandas de democracia. No ya la violencia de grupos que aspiran al poder en medio de una masa obediente e inculta, de Oriente a Occidente. Hay países, como Gran Bretaña y los Estados Unidos, donde la democracia se creó de arriba abajo, de los millonarios a la gente común. En Francia, en cambio, el pueblo impuso su protagonismo una vez que la gente de arriba abrió la posibilidad del cambio. Esas diferencias explican la monarquía británica y el asalto al Capitolio, en comparación con las recientes protestas francesas que dieron origen a un diálogo nacional. El 11 de julio el pueblo cubano ha hecho honor al tricolor francés de la enseña nacional y ha establecido un precedente de sublevación contra cualquier poder que cometa el error de desentenderse del pueblo. Se acabó el quietismo que atormentaba a Varela. Y como la mayoría de los manifestantes eran jóvenes, la pretensión de que se volverá pronto a la obediencia ciega de los rebaños unánimes, está condenada al ridículo.

Fin de El Hombre

El siglo XIX cubano contó con un elenco impresionante de grandes personalidades políticas. En el XX la incapacidad del país y del pueblo para sostener la democracia llevó al culto de El Hombre, el líder epónimo, ínclito y perínclito. El general Machado, el sargento Batista, el doctor Fidel Castro. El alzamiento del 11 de julio prescindió de líderes. Y logró más que lo que cualquier líder opositor haya estado soñando en estos años. El alzamiento ha generado un número enorme de personalidades políticas, muy jóvenes. Un gobierno de ancianos tiene que enfrentar ahora a unos quinientos líderes potenciales, nacionales o locales, de distinta orientación política. Se ha puesto a reprimirlos, que es precisamente lo que debía evitar. No los pueden matar, no los pueden encarcelar a todos, o solo por un tiempo limitado; incluso las posibilidades de desprestigio en la televisión resultan desbordadas. Todos esos muchachos están pasando por un ejercicio muy nutritivo de fogueo y realidades. Saben ahora que son factores de poder político, capaces de hacer historia: pero solo con la acción mancomunada, nunca por el ingenio o el genio de alguno de ellos.

Fin de la asocialidad y el pesimismo

El quietismo generaba un montón de vicios, un elenco de enfermedades de la conciencia social, verbigracia: el pesimismo. Esto no hay quien lo tumbe, pero tampoco quien lo arregle: no sé cuántas veces escuché a lo largo de mi vida ese apotegma. En el mejor de los casos, que el cambio lo hicieran otros. La rígida organización socialista, de hecho un régimen de castas mantenido por el espionaje colectivo, necesita y crea individuos desconfiados, incapaces de alianzas y compromisos libres. Pero en el alzamiento la gente salió a las calles y se vieron las caras. Ahora pueden confiar uno en el otro, más allá de algún infiltrado que promovió vandalismos oportunos; y el espionaje se ha vuelto en alguna medida inútil, puesto que se sabe quién salió a la calle y qué consignas coreó. El gobierno canta su victoria de apaleamientos y encarcelamientos, pero sabe que el alzamiento fue en sí una victoria absoluta para los manifestantes. Se les puede irrespetar, pero han adquirido un respeto, para los demás y ante sí mismos. La dignidad colectiva ha sido recuperada. El pesimismo, en un pueblo que tiene el culto de la vitalidad y la alegría, ha quedado destruido.

Poder municipal

 Aunque desde hace unos años noto la capacidad de rebeldía de algunos municipios o pequeños pueblos del país, Palma Soriano, Perico, Colón, Fomento, el alzamiento iniciado en San Antonio de los Baños me ha dejado convencido de que en verdad todos somos municipios y pueblitos en este país y que la dignidad está lejos de ser patrimonio de metrópolis arruinadas. Grave problema la rebelión de un pueblito, donde todo el mundo se conoce, porque eso engendra una solidaridad difícil de alterar. Por otro lado, resulta que el pueblo democrático posee ya unos posibles gobernantes incluso al nivel más bajo. En cuanto al campo puro, campesinos sin tierra, y acopio y robo de sus producciones por parte de los mayimbes, supongo que haya algún revolucionario sincero ahí.

Poder nacional

Ahora el sublevado de Pinar del Río sabe que en Guantánamo están haciendo lo mismo. Que no hay ciudades especialmente soviéticas y heroicas. Que la honestidad recorre el Archipiélago, porque la Isla de Pinos también se ha incorporado a la dignidad. La ficción de un pueblo incapaz de rebelarse se ha ido a pique. Más que el número de los participantes, importa la extensión de la protesta. El número es enorme si tenemos en cuenta el violento control interno y externo de los ciudadanos y el peligro de muerte por el contagio colectivo del Covid-19, pero los que quieran minimizarlo están ocultando lo que saben: que por cada uno que salió a la calle, había muchos otros que no pudieron salir por mil razones, incluyendo la sorpresa y el desconcierto, otros que no se atrevieron ahora pero lo harán en la próxima, otros que simpatizan pero están en diversas funciones de apoyo, y una cantidad de ciudadanos que lo están pensando en serio. Durante estas décadas implacables de asocialidad y atomización gregaria, valga el oxímoron, la familia ha sido el único valor al que se han aferrado los cubanos. Y a los mayimbes se les ha ocurrido maltratar a las mujeres, a los muchachos, incluso a los menores de edad. Sí, hay padres fanáticos que ya han renunciado a sus hijos: les espera el repudio social y la soledad garantizada. Pero son mayoría los padres, los abuelos, los tíos, los hermanos, los primos que han dejado de ser revolucionarios para siempre al presenciar el abuso contra los suyos. Creen haber terminado con la protesta cuando lo que está ocurriendo es que la protesta se extiende en las conciencias de cientos de miles de ciudadanos. Lenta, pero irreversiblemente. La gente no aguanta más, dicen mis vecinos. Por esas mismas razones este incipiente poder nacional va más allá del Archipiélago: el exilio ha sido dinamizado y empieza a estar confrontado con un baño de realidad. Buena parte de los exiliados estaban tratándonos como incapaces, como seres sin futuro, que renunciamos a los heroísmos del patín, el éxito y la gozadera, de la transculturación y la transnacionalidad, en aras del apego al terruño y la mamacita. El Poder Cubano está aquí y no allá. Un país no es un aparato que pueda ser dirigido a distancia. Nuestros hermanos del exilio pueden hacer mucho por la patria que tanto espera y necesita de ellos, siempre que renuncien a las fantasías de superioridad y mando que los han embarcado en un fracaso permanente. Y ni hablar de los que piden que los muchachos de Ohio y de Oregón, de Virgina y de la Florida vengan a morir para que unos cobardes se recreen en Varadero. ¡Anatema! 

Poder político

Si fuera verdad que los que protestaron son delincuentes, veamos los ecos a favor de parte de los líderes religiosos, incluyendo los aguerridos masones, y los venerados artistas populares. Junto a los periodistas independientes, se trata de formadores de la opinión, que ahora llega a la gente a través de Internet. Todos ellos practican la verdadera unanimidad: la calle no pertenece a los revolucionarios, sino a todos los cubanos. De hecho, los supuestos delincuentes han abolido con su valentía y su sufrimiento la inmoral fantasmagoría antimartiana de una calle para los revolucionarios: su acción, y se verá muy pronto, se ha convertido en Fuente de Derecho, como estipula toda la jurisprudencia occidental. El gobierno está siendo confrontado para la aceptación de una Ley de Manifestaciones. Ojalá se atrevan a reconocer que la realidad existe, pero eso también es letal para ellos. La sociedad incivil que han creado con las organizaciones justamente llamadas de masas, más los oasis del privilegio y la hipocresía de la gente fina de la unea y otras instituciones de merengue, presencia una alianza de los jóvenes intelectuales con los delincuentes o mambises del pueblo. A la rebelión de los artistas del 27 de noviembre no llegó el pueblo. Pero los artistas sí que se han sumado a él, en forma individual, como es su natural, imprescindible y precioso estilo. Los que no se sumaron ni siquiera podían salir a la calle, porque tenían la patrulla en la puerta. Un Gran Maestro de ajedrez dignificó la protesta. Líderes religiosos, músicos populares, periodistas, artistas, escritores, deportistas, científicos, tecnólogos, la poderosa aristocracia del país, se ha metido a “delincuente” porque en el fondo es pueblo. El poder político democrático está perfectamente conformado, por abajo y por arriba. El mayimbato, cada vez más disparatado en sus decisiones, ha sido descalificado como factor de poder. El pueblo quiere gobernar y tiene con qué gobernar.

El ciclo histórico comenzado por la Asamblea de Guáimaro ha llegado a un extremo decisivo. La democracia no es, como creen los tranquilistas de ahora, un estado de comodidad permanente: es un estado de conflicto y de lucha constante, mediante calibrados institutos de paz y de respeto. Tampoco hay un solo modelo de democracia: en Europa el bipartidismo yanqui es considerado una aberración. La posibilidad de una democracia cubana, conformada desde abajo por toda la diversidad del país, y apoyada por el estamento intelectual democrático, está a nuestro alcance ahora: depende de nuestra voluntad y sobre todo de nuestros valores morales, convertidos en acción personal y colectiva.

Recordemos aquella dinastía nazarí que perdió Granada frente a las tropas de Castilla y Aragón, tal vez por ignorar, o porque debía cumplirse mediante esa ignorancia, la consigna esculpida majestuosamente en los muros del Alhambra:

La victoria es de Dios.

 

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Rafael Almanza

Rafael Almanza

(Camagüey, Cuba, 1957). Poeta, narrador, ensayista y crítico de arte y literatura. Licenciado en Economía por la Universidad de Camagüey. Gran Premio de ensayo “Vitral 2004” con su libro Los hechos del Apóstol (Ed. Vitral, Pinar del Río, 2005). Autor, entre otros títulos, de En torno al pensamiento económico de José Martí (Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1990), El octavo día (Cuentos. Ed. Oriente, Santiago de Cuba, 1998), Hombre y tecnología en José Martí (Ed.  Oriente, Santiago de Cuba, 2001), Vida del padre Olallo (Barcelona, 2005), y los poemarios Libro de Jóveno (Ed. Homagno, Miami, 2003) y El gran camino de la vida (Ed. Homagno,Miami, 2005), además del monumental ensayo Eliseo DiEgo: el juEgo de diEs? (Ed. Letras Cubanas, 2008). Colaborador permanente de la revista digital La Hora de Cuba, además de otras publicaciones cubanas y extranjeras. Decidió no publicar más por editoriales y medios estatales y vive retirado en su casa, ajeno a instituciones del gobierno, aunque admirado y querido por quienes lo aprecian como uno de los intelectuales cubanos más auténticos.

Comentarios:


Ricardo (no verificado) | Mié, 04/08/2021 - 13:51

Excelente artículo. Soy seguidor de su cokumna. Gracias

Kaky Delgado (no verificado) | Mié, 04/08/2021 - 16:34

Por mucho este artículo es lo más acertado que se ha publicado después del 11-J . Este artículo tiene que ser un manifiesto, un documento que sea capaz de llegar al pueblo cubano .

Sabrina (no verificado) | Mié, 04/08/2021 - 22:41

Voy a recomendar este análisis. Coincido que es de lo más lúcido que se ha escrito sobre los sucesos del 11J en Cuba. Y el después...

Claudia V (no verificado) | Jue, 05/08/2021 - 14:45

Cuando necesito aclarar mis ideas acudo a mi maestro, el escribe cosas tan lúcidas y necesarias como estas..Es un magnífico análisis, muchos debieran leerlo en verdad.

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