En el entorno de la vida de Fidel Castro, lo normal es que las mujeres hayan estado eclipsadas. No parece casual este anonimato, ni solo una cuestión de discriminación de género en un misógino, pues tampoco el sentimiento familiar ha sido parte notable de su imagen pública, y asimismo se ha podido comprobar con el paso de los años que en la historia de Cuba ninguna otra inteligencia, ninguna otra individualidad fuerte —independientemente de nexos sanguíneos, sexo, ideología o cualquier otra marca— estaba llamada a destacarse o siquiera a permitirle compartir el mismo escenario del poder.
La identidad y composición de la familia del "líder máximo", por constituir siempre un tema tabú, como todo lo prohibido, ha terminado siendo objeto de atracción y especulaciones. Dentro de ese círculo más estrecho y pasivo de los Castro Ruz, donde existen novias sin nombre, esposas casi sin rostro, hijos y muchos familiares jamás unidos en una foto de grupo pública, sobresale una mujer "maldita": Juana Castro Ruz, la hermana que osó salirse de su sombra y acusarlo.
Un "bombazo" fue su petición de asilo político en México, leyendo unas sorprendentes declaraciones ante la prensa, el 29 de junio de 1964: "La que a ustedes se dirige es Juanita Castro Ruz, hermana del primer ministro de Cuba comunista Fidel Castro".
"Fidel había dicho siempre que él no era comunista".
Todos los motivos de la separación y la crudeza de sus reproches, quedan resumidos en ese calificativo que como un apellido imprevisto se impuso sobre el nombre de la patria: "Cuba comunista". Por eso, contra la imagen de traidora, ella oponía de antemano el reparo de haber sido primero y flagrantemente engañada, igual que el resto del pueblo, porque, desde los días del Moncada y la Sierra Maestra, mientras cientos de cubanos morían enfrentándose a la dictadura batistiana con el sueño de recuperar la Constitución de 1940, Fidel había dicho siempre que él no era comunista.
Medio siglo después de su exilio, Juanita vuelve a salir a la palestra, al publicar el libro Fidel y Raúl, mis hermanos (Ed. Aguilar, 2009), con este subtítulo: "La historia secreta, memorias de Juanita Castro contadas a María Antonieta Collins". Ya la obra estaba lista en 1999, tras varios meses de entrevistas confidenciales, pero pasaron diez años antes de que la protagonista accediese a la impresión.
Entre muchas y variadas confesiones, quizás una de las más tremendas sea su pertenencia a la CIA, desde los días en que, en La Habana, aprovechando la influencia paralizante de sus apellidos, salvaba a alguien de un juicio sumarísimo o le facilitaba salir hacia el exilio. También pueden llamar la atención algunos datos de amores ocultos de Fidel, anécdotas sobre la vida cotidiana, y aspectos menos conocidos o heroicos de quienes hicieron la revolución.
"Pero para Fidel, el sentimiento equivale a debilidad."
Libro de memorias bien escrito, se entra y sale por cualquiera de sus 51 capítulos como si estuviéramos en una novela o un tren con muchas puertas. Prima el estilo coloquial y la narración de sucesos por encima de enunciados categóricos. Narrada en primera persona, es la historia de una mujer sin duda simpática, con un carácter fuerte, dulce para acariciar el recuerdo de detalles y que se planta ante todo y todos con un estilo claro y directo.
Su preocupación fundamental, que la llevó a publicar sus memorias, y a la que dedica una parte esencial de esta obra, es contar la verdad sobre la infancia común, su familia, sus abuelos, pero en especial su madre y su padre, quienes habían sido calumniados por historiadores que, con tal de atacar a Fidel, buscaban una explicación de sus acciones en un supuesto origen familiar oscuro y cruel, en Birán, finca gobernada por un padre inescrupuloso que habría prosperado a base de crímenes.
"Siento mucho decepcionar a los historiadores de bolsillo y a los psicólogos instantáneos", dice. De su padre, opina: "Ángel Castro Argiz era un hombre que se preocupaba por los demás. No había nadie que fuera a pedirle un favor, a pedirle ayuda, que él se la negara". Nostalgia: "Birán —donde éramos como una gran familia porque todos nos conocíamos".
Juanita Rompió con la CIA, según su testimonio, cuando le pidieron que hiciera otra declaración impactante a la prensa, similar a la de su petición de asilo.
Cuando pensé que pudiera encontrar destilación de rencores, hallé el desgarramiento y las normales contradicciones de una mujer conscientemente enfrentada, en última instancia, contra una parte de su propio ser, es decir, contra elementos de su familia y su patria. Es alguien que no se ha desprendido, por ejemplo, del cariño por el hermano más pequeño, Raúl, “Musito” para su madre. Lo prefiere, y nos lo presenta en situaciones muy humanas, como en la muerte de Lina Ruz, llorando y hablándole desconsoladamente al cadáver querido. Contrasta esta imagen con la siguiente calificación: "Pero para Fidel, el sentimiento equivale a debilidad".
Estos recuerdos, dejan una sensación de transparencia. No quiero decir que me sienta motivado a aceptarlo todo. La memoria nunca es inofensiva. En primer lugar, a veces se trata sólo de apreciaciones, y el de Juanita ha sido un ángulo único de la historia, cercano, con ventajas y desventajas, precisamente por demasiado cercano. Me explico: lo más lógico —por poner un ejemplo— es que los recuerdos de la hija de un capataz sean más afectivos y dulces que los que podría tener un subordinado del mismo, sin que ninguno mienta.
"Sin duda, he sufrido más que el resto del exilio porque en ningún lado del Estrecho de la Florida me dan tregua."
Rompió con la CIA, según su testimonio, cuando le pidieron que hiciera otra declaración impactante a la prensa, similar a la de su petición de asilo, pero para disipar los temores sobre el comunismo, porque los soviéticos, para alejar el peligro de una confrontación nuclear, habían llegado a un tipo de acuerdo con los Estados Unidos, en que exigían que no se apoyase más a los grupos anticomunistas de Miami.
Cuando Juanita se parece más a cualquier cubano común, de cualquier orilla, y a la misma isla de Cuba, es cuando se muestra vulnerable, injustamente atacada, manipulada y en definitiva, en medio de olas y tempestades, sola: "[...] en esta lucha todos éramos peones de un juego de ajedrez", afirma.
Hacia el final, tiene el gesto típicamente cubano de sentirse la más desgraciada del mundo, aunque en este punto vale la pena concederle al menos el "mérito" de ser un símbolo, ejemplo paradójico de la tragedia que ha dividido a las familias entre la patria y el exilio, por constituir ella misma el pedazo que prueba que ni siquiera la familia Castro Ruz ha salido ilesa: "Sin duda, he sufrido más que el resto del exilio porque en ningún lado del Estrecho de la Florida me dan tregua y pocos son los que comprenden la paradoja de mi vida".
Lamentablemente, sus hermanos tenían en mente irse por otro camino, y empezaba para Cuba una historia fratricida de totalitarismo.
En un libro de memorias de Cuba, me resulta veraz y patética la observación de que "[...] el odio siempre ha imperado sobre nuestra razón". Pero, al final, por suerte, se invoca el futuro, dándole oportunidad al amor, no proféticamente, sino con una delicada exhortación al más pequeño de los siete hermanos:
"Raúl, en tus manos podría estar la transición democrática para Cuba. [...] Evolucionar con dignidad podría ser tu gran oportunidad en la historia..."
Detrás de estas palabras pudiera sentirse el típico llamado maternal que se hace, al caer la tarde, para que los niños pequeños dejen de jugar a la guerra y vuelvan a casa. Lamentablemente, sus hermanos tenían en mente irse por otro camino, y empezaba para Cuba una historia fratricida de totalitarismo, de cárceles y destierros, en la que Juanita optó por cortar los lazos con sus hermanos de sangre.