De la misma manera que se dice “cada maestrillo con su librillo” podría postularse que “cada lector con su manera de leer”. La mía es acuciosa y contrapuntística, e impertinente si se da el caso. Puedo dar fe con mi lectura de la saga de Petra Delicado, la inspectora de policía creada por Alicia Giménez Bartlett, tal como quedó reflejada en mi diario.
Weiß/Colonia, 29.1.2021
Me llegó por fin el paquete con las tres primeras novelas de la saga de Petra Delicado. Como me despaché en siete días cuatro artículos y hasta el lunes no tengo ningún compromiso, le hinco el diente a la primera entrega, Ritos de muerte. Me ha he jalado de un tirón. Tiene un par de lapsos de atención que podría haber corregido la editorial, pero el conjunto vale la pena y abre el apetito por seguir leyendo la serie. Anoté la frase: “Equivocarse es al fin y al cabo lo único que puede hacer el ser humano con cierta libertad”. ¡Si lo sabré yo! Y me encantó la frase con que termina el episodio, que es un guiño cómplice al final de Casablanca: “Comprendí que aunque nunca llegáramos a tutearnos, habíamos sentado los cimientos de una larga y hermosa amistad”. Pasado mañana le hinco el diente a la segunda entrega, Día de perros.
Weiß/Colonia, 1.2.
Terminé de dos bocados el segundo episodio de la saga de Petra Delicado, en soporte papel, las novelas de Alicia Giménez Bartlett. Hay un fallo que se podía haber evitado, en la página 277, cuando el hijo de Garzón viene de Nueva York a visitarlo, en Barcelona, y en el texto se lee que “al chico le gustaba recordar su pasado en la ciudad”, cuando lo cierto es que ese pasado a recordar tuvo lugar en Salamanca. Pero a lo largo de la novela hay aciertos descriptivos notables: “No rozar la susceptibilidad del currante hispano es más difícil que pasear junto a las cataratas del Niágara sin salpicarse”; “[el perro] me reconocía como su salvadora y benefactora, me rendía sincero tributo de fidelidad eterna. Si llego a saber que la cosa era tan sencilla con un perro, me hubiese ahorrado un par de matrimonios”; “Mi difunta esposa me deprimía como un paso de Semana Santa”; “Tomamos un par de tazas de café tan cargado como un tren en la India”... Y algún que otro lugar común: “La vida no es justa, pero pretender que lo sea es una ambición pasada de moda”. ¡La pucha digo, qué lo parió, Mendieta! —como con toda razón argüiría don Inodoro Pereyra—, ¡eso es flor de filosofía baratieri!
Weiß/Colonia, 3.2.
En el tercer episodio de la saga de Petra Delicado, Mensajeros de la oscuridad, hay un desajuste de información al lector entre las páginas 84 y 108, en los diálogos de Petra con su segundo ex marido, Pepe, el dueño del Café Efemérides; es una falla grave. Y luego la aventura erótica en la tumba de Lenin es penosa, y perfectamente prescindible. Otro gazapo que no debe ser propio de la autora es cuando se dice que “Una pequeña orquesta desgranaba zarzas vibrantes”, en vez de czardas. Y como en el episodio anterior no faltan los lugares comunes, alguno de este tamaño: “Vivir es una pérdida continua, hasta que al final se pierde todo”. No obstante lo cual, la serie en sí, los personajes, valen la pena seguirla, ya encargué el resto de la serie a Visor.
Weiß/Colonia, 17.2., Miércoles de Ceniza
1:30 a.m.: Termino de leer el cuarto episodio de la saga de Petra Delicado, que me jalé de una sola tacada. Registré esta frase: “Le preparé un té. Es un sistema para consolar a la gente que, desconozco los motivos, a los ingleses suele funcionarles”. Y en la página 269 un testigo declara en Madrid que “ella había ido desde Barcelona”. ¡Por los clavos de Jesús el Nazareno!, si lo declara en Madrid tendría que haber dicho que “ella había venido desde Barcelona”.
También de un solo tirón el quinto episodio de la saga de Petra Delicado, donde registro la frase
“Dibujó un interrogante con sus cejas, más pobladas que Calcuta”, eco de una que aparece en el segundo episodio: “Tomamos un par de tazas de café tan cargado como un tren en la India”. Esta otra: “Por una sola hora con Juan Luis lo habría dejado todo mil veces”, parece a su vez un eco de la imperecedera de Schiller en Don Carlos: “Un instante vivido en el Paraíso no será expiado demasiado caro con la muerte”. Ahora bien, lo cierto es que, fruto de sus vacaciones en Suecia y sus lecturas juveniles, a la inspectora le queda la frustración de no haber visto el vuelo de los gansos salvajes (p. 7) a los que convierte en patos en las páginas 6, 56 y 339, siendo como son gansos silvestres. Mucho me temo que AGB ha leído traducciones defectuosas de la Lagerlof y de Ibsen y le haya quedado como recuerdo un cóctel de especies y de adjetivos.
Weiß/Colonia, 19.2.
2:00 a.m.: En el sexto episodio de la saga de Petra Delicado, leído nuevamente de un tirón, se pone de manifiesto algo que dejé escrito aquí cuando vi los episodios de la serie italiana basada en Petra Delicado: que la inspectora es proclive a la promiscuidad. En esta entrega incluso tiene amoríos (cama incluida) con dos personajes. Del texto registro esta frase: “Casarse con un psiquiatra debe de ser como cruzar el Atlántico con un profesor de natación, siempre puede resultar útil”. Por lo demás, los jesuitas (p. 129) se convierten en capuchinos (161) y también algún que otro descuido por el estilo. A cada episodio que leo, tengo la impresión de que los manuscritos de AGB van derechos a la imprenta sin que nadie los lea en la editorial.
Weiß/Colonia, 20.2.
1:45 a.m.: En el séptimo episodio de Petra Delicado, a la inspectora le roban la pistola de servicio mientras está orinando en un cubículo de los aseos femeninos de unos grandes almacenes. Luego, a lo largo del episodio, esa pistola se usa para cometer tres crímenes. Anoto en la p. 117 la frase “olvidar al hombre definitivamente dormido por las balas que yo misma compré” y me pregunto si la Policía Nacional española es tan rácana que sus inspectores deben comprar la munición de sus armas de servicio. Ya en la p. 5 me extrañó que la inspectora dijese en una tarde de sábado que “anticiparía en dos horas el final de mi horario de trabajo”: en todos los demás episodios los fines de semana eran libres de servicio. Por fin dos coincidencias: la propia PD confirma aquello que observé hace meses y ayer, cuando dice: “La mía es una generación promiscua”. Y la otra coincidencia es cuando reflexiona que “el proceso de infantilización de nuestra sociedad era imparable, ya no había nada que hacer”. En mi cuento “Una historia del año 2492”, publicado en el diario Odiel de Huelva en 1968 y repescado y aggiornado en Nexos medio siglo después, ya dejé dicho, por boca de un general de cinco galaxias, del Decágono, hablando de los europeos: “Al menos desde el 2025, cuando conseguimos terminar de someterlos al Plan de Infantilización Global (PIG)... al menos desde entonces, que yo sepa, dejaron ya de causarnos problemas”.
Weiß/Colonia, 22.2.
En el octavo episodio de la saga de Petra Delicado registro una frase memorable: “Salió con la fastuosidad de una actriz aficionada interpretando a María Estuardo”. A cambio hay otras que de lo infelices te dejan con la boca abierta: “Seguía impenetrable como una manzana colgada de un árbol”. Y un operativo de veinte hombres (p. 78) que se reducen a diez en la 138. Y el whisky degradado como licor (143). Y un mensaje que estaba sobre el pecho del primer cadáver (p. 38) se traslada al lugar donde reposaba una momia que estudiaba ese primer difunto (p. 146). Y servirse un bourbon y beberse a cambio un whisky (p. 236), otra persona que no sabe distinguir el whisky del whiskey. Amén de escribir “estamos en la honda correcta”, con una h que no pinta nada en ese entierro, y “la bendición urbi et orbe”, en un latín transcrito de oídas. Y al menos tres lugares donde a todas luces faltan palabras en el texto. ¿Quién lee las pruebas de imprenta de estas publicaciones? Eso tan sólo en segunda instancia. En primera instancia: ¿son leídos en la editorial los manuscritos originales o los mandan derecho viejo a la imprenta? Ay.
Weiß/Colonia, 25.2.
Noveno episodio de la saga de Petra Delicado, leído hoy de una sola tacada. Igual que en casi todos los episodios anteriores, mogollón de fallos narrativos. Personajes que se tutean desde la página 162, se tratan de usted a partir de la 175, y en la 188 uno de ellos pregunta: “¿Por qué no nos tratamos de tú de una maldita vez?” Una carta enviada a una tienda de ropa de diseño en Barcelona (278) y la recibe un personaje que vive en una dirección distinta (277 y 278), lo que se contradice con una pregunta en un interrogatorio posterior (286) al destinatario de la carta. Una frase de alquilar balcones: “—Bueno —monosilabeó”: ¿cómo será monosilabear con bisílabos? Otra del mismo jaez: “la felicidad de las noches solitarias, despanzurrados en su cueva como unos marajás”: ¿sabrá la autora el significado del verbo despanzurrar?, porque dificulto mucho que sean felices unos despanzurrados, aunque sean marajás. Como casi la mitad de la novela transcurre en Italia, pase que se llame Torino a la ciudad cuyo nombre español es Turín, pero en la misma página (354) contradicción entre la pertenencia o no de un personaje a la Camorra (363). Inexactitud de expresión al decir “Faltaba un cuarto de hora para la aparición o desaparición de Nuria Siguán”: donde dice desaparición debería decir la no aparición. Esatetera, esatetera, esatetera (© by creo recordar que Pepe Iglesias alias El Zorro). Las novelas son buenas, los personajes bien trazados, las tramas suelen ser intrigantes a más no poder. ¿Por qué y a santo de qué, pues, semejantes descuidos en los detalles, semejante desbarajuste en la información? Sigo mentalmente en Italia, así es que: Porca miseria!
Weiß/Colonia, 26.2.
Me jalo de un solo envite el décimo episodio de la saga de Petra Delicado. Registro esta frase: “La verdad es puro veneno para el equilibrio mental”. Y también registro esta otra, “Nunca me había sentido tan perdida en ninguna investigación a lo largo de mi carrera. Jamás me había enfrentado con un caso tan endiablado”, y si la registro es por la sencilla razón de que esa misma o parecidísima formulación ha ido apareciendo con la regularidad de un metrónomo en los nueve episodios anteriores. Por lo demás, algún error de bulto, como que Marcos se refiera a su primera esposa diciendo que es la segunda (p. 34); el hecho de que Garzón pague unas consumiciones a las que fueron invitados por el mosso de escuadra Roberto Fraile (207), que colabora con Petra & Garzón en este caso; algún que otro pleonasmo (“carámbanos de hielo”, 254); un porqué que debiera ser por qué (317); la alusión de Garzón a un Mundial de fútbol ¡ganado por Portugal…!
Creo que ya tan sólo leeré, de la saga, el volumen de cuentos Crímenes que no olvidaré, porque la undécima novela, según sé, no es policial, en ella se cuenta cómo Petra se retira a un convento para poner algo de orden en su vida, y eso me importa un bledo, como diría Rhett Butler. Ya el mero título, Sin muertos, es tan antipolicial que uno recuerda al buen Virgilio, en una de sus égoglas: Tuentibus hircis... [“los chivos miraban de reojo”].
Weiß/Colonia, 4.3.
Abordé el lunes la lectura del volumen de cuentos Crímenes que no olvidaré, de Alicia Giménez Bartlett, como guinda del pastel que fue la saga de Petra Delicado. Los cuatro primeros cuentos se leían bien, pero cuando terminé de leer el quinto, titulado “Petra en agosto”, decidí que lo dejaba para releerlo hoy, no fuera a ser que estuviese obnubilado durante su lectura y no haber entendido su final. Y no, o mejor dicho: sí, sí que lo había entendido bien y es una auténtica catástrofe, un disparate que me vuelve a hacer pensar que en la editorial nadie lee los textos de la autora mascarón de proa de la firma. Es tan grande el desastre que voy a dedicarle un artículo en el que desmontaré la trama para evidenciar el sinsentido del desenlace. ¡Por estas que son cruces!
“Petra en agosto” trata de un crimen cometido a sangre fría, con un tiro en la nuca, siendo la víctima la esposa del inspector de la Policía Nacional Ángel Carreras, quien la dejó abriendo el portal de su casa mientras él metía el auto en el parking, y al regresar se la encontró muerta en el salón. Añádase a ello que el hobby del inspector Carreras es coleccionar armas de fuego de las antiguas, y el examen balístico demuestra que su esposa fue ultimada con una de ellas, de las que reposan expuestas en una vitrina de ese salón. Todos los indicios apuntan a que Carreras sea el autor del asesinato, y sin embargo todos están convencidos de que es inocente.
Una de las primeras providencias del caso es la visita del lugar donde se cometió el crimen, y allí inspeccionan la vitrina con las armas antiguas, del siglo XIX, y hasta escopetas de la guerra civil. Lo único relevante que descubren es en la cocina, donde la puerta que da al jardín trasero de la casa tiene un amplio agujero a ras del suelo, lo que en España llaman una gatera, para que entren y salgan el gato o el perro de los dueños. En este caso, el perro había muerto pero la víctima del crimen no quiso que tapasen la gatera porque deseaba que comprasen otro cuando Carreras se jubilara. En todo caso, es un agujero por el que jamás podría entrar un adulto.
El comisario principal hace que el joven subinspector Juanjo Revilla, habitual compañero de Carreras en sus investigaciones, ayude en ésta al tándem Petra Delicado/Fermín Garzón, pero su aporte al trabajo del equipo es mínimo porque el caso se presenta como inextricable. Una tarde, en un receso, tomando una copa en un bar, el joven le confiesa a Petra que justo poco después de la Navidad ha tenido una experiencia traumática al enamorarse de una mujer guapísima y con quien quería casarse, la presentó bien orgulloso a todos sus amigos, hasta que un día, sin decir agua va, ella, Raquel, lo llama por teléfono y le dice que todo ha terminado entre los dos, y que no la busque porque no la va a encontrar. Lo que se evidencia como cierto porque todas las direcciones que tenía de ella, la de su casa y la de su trabajo, eran falsas.
Esa noche, en su casa, Petra recapacita en lo que llevan pesquisado y al día siguiente, al llegar a la comisaría ordena al equipo que busquen los expedientes de casos investigados por Carreras y Juanjo Revilla en la época anterior a la pasada Navidad, y que hayan concluido con sentencias firmes de cárcel. Al final de la tarde concluyen su trabajo y sólo hay dos casos que coinciden con el esquema: un homicidio y un asesinato, ambos juzgados y condenados.
[Hago acá un inciso, no para crear suspense sino para señalar que ello sucede en la página 182, mientras que en la 157, al comienzo del cuento, se nos dice que el inspector Carreras estaba destinado al grupo de delitos económicos... el cual no suele ocuparse de delitos de sangre. Una nueva disonancia en un texto de la saga. Pero sigamos con el cuento].
Petra Delicado descarta el caso del homicidio porque su autor es un hombre soltero, cuyo padre, viudo, vivía con los dos hijos menores, ambos varones: “Demasiados hombres”, dictamina la inspectora. En el caso del criminal, se trata de un hombre casado y sin hijos. La inspectora pide que le digan cual es su domicilio, y aposta al equipo en las cercanías del lugar, donde ingresa, ella sola, pasadas las ocho de la tarde, hora a la que todo el mundo ha regresado a casa después del trabajo. Sus compañeros esperan en un bar con los celulares preparados para cuando Petra los llame.
La persona que le abre la puerta y dice llamarse Antonia Mistral la deja entrar de mala gana y la inspectora ve en la sala que hay muchos juguetes en el suelo. “¿Tiene hijos?” “No”. “Y esos juguetes?” “Cuido a la hija de una vecina cuando va a trabajar”. “¿De qué hora a qué hora?” “Trabaja limpiando una oficina y no siempre llega a la misma hora”. “¿Siempre por la noche?” “Sí”. “¿Qué edad tiene la niña?” “¡Tres años! ¿Ya está contenta, se marcha ya?” Pero no, la inspectora hace una llamada por su celular, y al entrar en la sala los hombres de su equipo Juanjo se queda mirando a la mujer y exclama: “¡Raquel!”
Mientras se llevan detenida a la esposa del criminal condenado a causa de la investigación de Carreras, éste, Petra y Garzón van a interrogar a la niña, pese a las reticencias de la madre, que se esfuman cuando se entera de que se trata de un caso de asesinato. Ahora cito literalmente:
“[La pequeña], a pesar de que su lengua era de trapo, su cerebro estaba hecho de oro puro. Recordaba perfectamente cómo había jugado con Antonia Mistral, cómo había entrado y salido de aquella casa por la gatera, cómo había cogido la pistola ‘de juguete’ y la había devuelto a la vitrina después, y cómo la mujer le había dado unos guantes pequeñitos para que lo hiciera mejor”.
A ver, como dicen en Colombia: ¿qué es lo que falla garrafalmente en este final? Yo les digo. Tal y como la autora lo relata, el crimen lo tendría que haber cometido la niña... eso sí, subida a una silla, porque si no ya me dirán ustedes cómo asesina una niña de tres años a una mujer hecha y derecha de un tiro en la nuca. No, la intuición de Petra Delicado fue correcta: Antonia Mistral quiso vengar el encarcelamiento de su marido asesinando a la mujer de Carreras, en cuya casa había estado del brazo del orgulloso Juanjo, que además pidió a Carreras que le enseñase a su novia sus armas antiguas de la vitrina. Lo que no es correcto es cómo la autora relata los hechos, porque las piezas no encajan.
Para que las piezas encajen, Antonia Mistral haría que la niña entrase en la casa por la gatera de la puerta de la cocina, y le abra el portal de la calle a ella, que espera afuera. La niña abandona la casa por la gatera y espera en el jardín trasero hasta que la Mistral pase a buscarla. La Mistral, enguantadas las manos, saca de la vitrina la pistola Máuser del año 1934, aguarda la llegada de la esposa de Carreras (sabiendo, porque los ha espiado previamente, que él lleva el coche hasta el parking antes de volver al hogar), mata a la mujer, devuelve la pistola a la vitrina, sale de la casa por el portal, recoge a la niña en el jardín trasero y se marcha tranquilamente.
Elemental, querido Garzón.
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Lo dicho: mi manera de leer es acuciosa y contrapuntística, e impertinente si se da el caso, como lo fue con la saga de Petra Delicado.
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