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Letras | Los mejores fandangos cubanos de la lengua castellana

"No sé si los tiempos están para fandangos, pero sí sé que las más de estas estrofas han sido conscientemente compuestas para un tiempo en el que la sana parodia y la sana imitación tengan su lugar en la literatura"

Personas reunidas bailando y tocando música (litografía).
Detalle de la litografía "Trajes mexicanos. Un fandango", aparecida en el libro México y sus alrededores (1869) | Imagen: Wikipedia Org.

Prolegómenos del ágape

En Huelva, un día del tórrido verano de 1959, a la hora de la siesta, a Francisco Javier Hernández Bañares y a quien suscribe se nos ocurrió componer algo así como "Las mil peores poesías de la lengua castellana", y jóvenes y decididos como éramos (y con otras fechorías semejantes o peores en nuestro haber), pusimos de inmediato manos a la obra. Muy pronto, pues además de jóvenes y decididos no éramos lerdos, se nos hizo evidente la mayor y más insalvable dificultad de la empresa. El mal poeta escribe mala poesía de una manera absolutamente natural, pero escribir mala poesía... adrede, debe ser una tarea solo reservada a los elegidos: esto es, a grandes poetas dedicados aposta a escribir mal. Y nosotros no éramos ni siquiera poetas, ni buenos ni malos. Así que buscamos otra opción. ¿Qué cosa más natural, para gente de Huelva, que componer "Los mil mejores fandangos de la lengua castellana"?

En el cante flamenco, el fandango por antonomasia es el de Huelva. Con todas sus variantes, desde el fandanguillo de la capital de la provincia hasta el valiente del pueblo Alosno, pasando por las innumerables variantes personales, entre ellas la de Pérez de Guzmán, que alcanza el virtuosismo de un aria de bravura en una ópera. Y como el amante del flamenco establece de inmediato la relación entre Huelva y el fandango, eso le daba alas a nuestro propósito.

Por otra parte, el fandango es el “palo” flamenco que admite la mayor variedad desde el punto de vista de la Preceptiva. Su estrofa puede constar de cuatro o cinco octosílabos (repitiéndose siempre uno de ellos al cantarlo), y esos versos pueden rimar tanto en asonante como en consonante, con la ventaja de que no existe una forma canónica de alternancia de rima dentro de la estrofa. Lo mismo puede ser abab que abba que abaab que abbab... en fin, no sucede con el fandango como con el resto de los palos, donde la estructura estrófica está fijada de un modo invariable, y la única libertad consiste en poder optar entre rimas asonantes o consonantes.

Luego de constatar esta gran libertad que se nos ofrecía, el camino estaba abierto para la realización del proyecto. Que no consistía en otra cosa sino en tratar de reproducir, en ese marco reducidísimo de los cuatro o cinco versos de un fandango, el estilo y las maneras de nuestros más grandes escritores. De modo que nos metimos una vez más en harina, trabajamos con asiduidad y llegamos a pergeñar medio centenar de estrofas, tres cuartas partes de las cuales reflejaban nuestras antipatías de aquellos tiempos. Que no eran pocas.

Luego, no sé lo que pasó. Otras urgencias debieron imponer su ley, desde luego se acabó el verano y hubo que regresar a la Fábrica de Tabacos de Sevilla (no para armar cigarros, sino para acabar las respectivas carreras, pues la ya ex–fábrica era entretanto la nueve sede del alma mater sevillana), y lo cierto es que el proyecto de "Los mil mejores fandangos de la lengua castellana" quedó en agua de borrajas y de él nunca más se habló entre nosotros. Hormiga que siempre he sido, conservé los originales, los míos y un par de los que escribieron otros amigos.

Y pasaron los años, muchos años...

Un día del verano, menos tórrido, de 1985, en Weiß, este pueblito renano donde vivo, al sur de Colonia, el poeta peruano Antonio Cisneros recaló en nuestra casa a la vuelta de un recital en Bonn; la charla se prolongó hasta altísimas horas de la madrugada, y en ella surgió el tema de las posibilidades líricas de la parodia. Me acordé de "Los mil mejores fandangos..." y de uno de los rincones más polvorientos (no es imagen) de mi archivo, rescaté la carpeta que contenía los viejos materiales, con algunas hojas ya abarquilladas por la usura del Tiempo. Y el bueno de Antonio Cisneros, que no es por nada pero de segundo apellido se llamaba Campoy —y logró rastrear sus ancestros gitanos en la provincia de Almería—, se entusiasmó con la idea y me instó a llevarla a cabo en el plazo más breve posible.

No logró contagiarme, y además, y como siempre, "habría que contar con mi haraganería orgánicamente implementada", le dije. Pero pocos días más tarde, en Berlín oriental, me sucedió con Fritz Rudolf Fries, el excelente novelista de la RDA, nacido en Bilbao y traductor al alemán de Rayuela y de Amadís de Gaula, lo mismo que con Cisneros. Por si fuera poco, Fries sugirió además, cosa que al principio me dejó bastante estupefacto, que una publicación así sería una ayuda impagable para los estudiantes de Literatura en lengua española, auxiliándolos en la localización de estilos y tics de los autores.

Me puse, pues, a la tarea, si no entusiasmado sí con energía, empezando por desechar casi el ciento por ciento del material existente en aquel momento: solo salvé tres o cuatro fandangos míos y uno de Javier Bañares. En muy pocos meses avancé hasta más de un centenar, y los amigos que los iban conociendo publicaron muchos de ellos en diversas revistas españolas y de América Latina. Esos mismos amigos, desde Juan Goytisolo (el primero en leerlos) hasta José Miguel Ullán (el primero en publicarlos, en el suplemento cultural del madrileño Diario 16), me pedían que terminase de una maldita vez el maldito libro. Pero ¿cómo fue que dije antes?: otras urgencias impusieron su ley, se me acabó la cuerda, no conseguía urdir los fandangos de autores que consideraba que debían estar en el posible libro, reapareció mi congénita pereza, y un buen día le volví a dar carpetazo al tema.

En los muchos años transcurridos de este segundo intervalo, una que otra vez, un nuevo fandango se formulaba por sí solo, inesperadamente, sin que yo fuera consciente del proceso creador. Recuerdo, por lo mucho que me emocionó, un momento en Budapest, en el jardín de la residencia del entonces embajador nicaragüense en Hungría, Lizandro Chávez Alfaro, en que de repente, y sin decir ¡agua va!, se me apareció nítido y con las palabras justas el fandango de Juan Rulfo.

Y pasaron los años, muchos años...

El Día Internacional del Regalo (me refiero obviamente a la Navidad) de 1997 mi hijo me legó en vida su computadora Macintosh. Y ni corto ni perezoso, yo, que siempre he sido refractario a estos artefactos, me puse a aprender su funcionamiento con la idea de meter en disquetes el descomunal desorden de mis apuntes y notas de más de cuatro décadas de escritura a salto de mata. Y entonces, al empezar a ordenar el material, una de las primeras cosas que descubrí es que, sin haberme dado cuenta, el libro de los fandangos ya estaba listo, poco más o menos. Desde luego que aún faltaban algunos nombres, es cierto, pero tampoco hay que forzar la inspiración con calzador. Así pues, una de mis primeras tareas "macintosh" iba a ser la de componer por fin "Los mejores fandangos de la lengua castellana". Y por cierto: debo acotar, ni que decir tiene, pero por si las "que ni labráis como abejas / ni brilláis cual mariposas", que el adjetivo "mejores" figuraba en el título a modo de homenaje al libro ya canónico de don Marcelino. Y nada más que por eso, que conste.

No sé, no sé, de veras que no lo sé, en qué puede venir a quedar esta ¿diversión? Sí sé que, sin publicarla, nunca llegaré a establecer el valor que tengan mis fandangos, si es que alguno tienen, para un público lector hispanoamericano. No sé, tampoco, si los tiempos están para fandangos, pero sí sé que las más de estas estrofas han sido conscientemente compuestas para un tiempo en el que la sana parodia y la sana imitación tengan su lugar en la literatura, el lugar que se merecen. Y también sé que como siempre, por mucho que se empeñen los aristarcos, ustedes tienen la última palabra.

Weiß/Colonia, septiembre 2005

Aquí, por tratarse de una revista cubana, tan sólo muestro los fandangos “de” autores de la Isla:

José Martí

Para el yanqui que a desgana

se da cuenta de que vivo,

cardo ni ortiga cultivo:

cultivo la marihuana.

Alejo Carpentier

La tertulia socialista

enmudeció largamente,

y al cabo dijo don Carlos:

– Es que habrá pasado un Engels*.

*¡Siempre llena de guiños cultos, y también ocultos, la escritura de don Alejo! El sustantivo Engel, en alemán, significa ángel. Y don Carlos no puede ser otro sino Marx. Pero ¿por qué tratarlo de don..., y en una tertulia socialista para más inri? ¿lo moteja acaso de pequeñoburgués?

José Lezama Lima

"Per me si va nell'eterno

dolore" es el lema inciso

no en la puerta del Averno:

blasona, feroz y hodierno,

el portal del Paraíso.

Nicolás Guillén

Sin ton ni son y sin ron,

el centavo en la alcanCIA,

sóngoro cosongo son,

¿de qué te valió, bembón,

tanto inglé que tú sabía?

Bola de Nieve

Tengo la voz de manguero,

de vendedor de maní,

por eso sentado aquí,

con mi piano rumbero,

cuando canto canto así*.

* En una entrevista concedida a la emisora de ondas cortas Radio Habana Cuba, pocos días antes de morir, y con esa modestia que es el signo distintivo de los grandes, Ignacio Villa (a) Bola de Nieve dejó dicho lo siguiente: "Me hubiera gustado cantar ópera, pero tengo voz de vendedor de mangos, voz de manguero, tengo voz de vendedor de duraznos, de ciruelas, entonces me resigné con vender ciruelas en el escenario, sentado al piano".

Severo Sarduy

Entre cobra y colibrí

no hay más que simulación:

pluma y escama...¡éso sí!

Que se busque al travestí

con su rico vacilón.

Miguel Barnet

Soy cubano y cimarón,

dialéctico y sandunguero,

y una vez canté un bolero

en la calle Berdigón

para un amigo choquero*.

* Choquero es el gentilicio popular de los habitantes de Huelva, debido a su comprensible adicción al choco frito. Y el choco, a su vez, para abreviar, es como le dicen en Huelva a la jibia (del griego , a través del latín sepia).

Fina García Marruz

Pienso en Dios y en por qué Él,

pese a Su Omnipoderío,

nos diera el libre albedrío:

¿para elegir... a Fidel?

Y en vez de llorar, me río*.

* Este fandango debe interpretarse como una variante profana de uno de los grandes poemas teologales de la formidable poeta cubana, allá donde dice:

Debe ser una cosa terrible ser Dios! Uno tiembla

de pensar que el que hizo los océanos insondables

se detenga ante la libertad del hombre

y no quiera forzarlo ni aun al bien,

para que su inocencia no sea como la de las bestias

que no pueden ser sino inocentes,

para que su libertad sea una imagen y una semejanza.

[...] Pensad en su poder, y pensad luego

en el don inaudito de nuestra libertad.

Qué precioso ha de ser cuando Él lo ha pagado

a un precio tan inmenso. Nuestras iniquidades

no han podido lograr que nos retire

el don terrible y puro. Lo forzamos

y delicadamente retrocede ante ese abismo

de sí mismo en nosotros, ese misterio

de nuestra libertad. No ha querido robárnoslo.

Norberto Fuentes

Qué mal escribo, carajo,

sin nadie que me corrija

con un buen papel de lija

pa' desbastarme el trabajo.

Guillermo Cabrera Infante

¡Ay José, así no sé!

!Ay José, así no! ¡Ay

José, así! ¡Ay José!

¡Ay ay ay ay ay ay ay!

¡Ay José, que bien templé!

Reinaldo Arenas

Mejor maricogusano

que machofidelcastrista.

Pero en el fondo, mi hermano,

me moriré más cubano

cuanto más lejos de vista.

Zoe Valdés

Yo quisiera ser la gata

que cariñosa te muerde,

la que morderá a la rata

que navega en tu fragata

y la mandará a la mer de!

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Ricardo Bada

Ricardo Bada

(Huelva, España, 1939). Escritor y periodista residente en Alemania desde 1963. Autor de La generación del 39 (cuentos, Nueva York 1972), Basura cuidadosamente seleccionada (poesía, Huelva 1994), Amos y perros (cuento, Huelva 1997), Me queda la palabra (conferencias, Huelva 1998), Los mejores fandangos de la lengua castellana (parodias, Madrid 2000), Limeri de Bueno Saire (poesía nonsense, Río de Janeiro 2011), La bufanda de Cambridge (cuentos, Bogotá 2018) y El canto XXV (novela corta, Copenhague 2019). Su ópera breve La serenata de Altisidora (partitura de David Graham) se estrenó en  el Festival de Camagüey del año 2000.

Editor en Alemania, junto con Felipe Boso, de una antología de literatura española contemporánea, Ein Schiff aus Wasser [Un barco de agua] (Colonia 1981), y en solitario, de la obra periodística de Gabriel García Márquez y los libros de viaje de Camilo José Cela. Editor en España de la obra poética de la costarricense Ana Istarú (La estación de fiebre y otros amaneceres, Madrid 1991), y en Bolivia de la única antología integral en español de Heinrich Böll (Don Enrique, La Paz, 1995). 

Ha sido y en varios casos sigue siendo colaborador regular del Centro Virtual Cervantes, Revista de Libros, Revista de Occidente, Vasos Comunicantes, Pérgola, ABC y Cuadernos Hispanoamericanos (España), Nexos, La Jornada Semanal y SoHo (México), El Espectador, El Malpensante y SoHo (Colombia), El País (Uruguay), Etiqueta Negra (Perú), Aurora Boreal (Dinamarca), Amsterdam Sur (Ámsterdam), La Nación y SoHo (Costa Rica) y La Opinión (Los Ángeles/California). Mantiene, además, desde noviembre 2009 la publicación semanal de su Diario en un blog del espacio MientrasTanto de la revista Fronterad (Madrid): https://www.fronterad.com/

Republicano y agnóstico, convicto y confeso, fue nombrado paradójicamente caballero de la Orden de Isabel la Católica, y padece –no menos paradójicamente– una curiosa  dolencia llamada sacralización. Tan luego él...

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