Hace algunos años, el bloguero colombiano Mauricio Montenegro propuso una lista de 30 opciones como ejercicio para reflexionar sobre nuestras propias lecturas y encajarlas en determinados nichos. Fue un experimento muy bien recibido y seguido a través de Twitter y su mismo blog (más de 20.000 visitas al mismo), y aquí me permito la osadía de afrijolarles, como diría un amigo colombiano, los 30 de mi propia lista, ni que decir tiene que —of course!— comentada.
1. Uno que leí de una sentada. Juan Belmonte, matador de toros, de Manuel Chaves Nogales.
Y conste que lo he leído varias veces, y todas de una sentada. Puedo recomendárselo incluso a quienes no les guste el espectáculo taurino. En fecha tan temprana como 1935, este libro es el fundador de un género, y sólo los que no lo han leído atribuyen la creación de ese género a In Cold Blood de Truman Capote, que es de 1966.
2. Uno que me haya demorado mucho en leer. Las obras completas de Shakespeare.
Estuve tentado de responder “El dinosaurio”, de Augusto Monterroso, pero recordé a tiempo que no es un libro sino un cuento. Bromas aparte, sí que tardé mucho en leer completo y bien al Bardo, y es porque había obras suyas que se me resistían, y sobre todo, a partir de que empecé a vivir en Alemania, y aprendí alemán y vi al menos un Shakespeare por año en el teatro, le tomé aversión a las traducciones españolas; e inglés no sé y a las versiones alemanas es harto difícil hincarles el diente. Por cierto que hace un par de años me he reconciliado por fin con Hamlet en castellano, gracias a la fabulosa versión de Tomás Segovia.
3. Uno que sea un placer culposo. Historia del arte de la guerra, del mariscal Montgomery of El–Alamein.
El insufrible y vanidoso, pero excelente profesional Monty trabajó con un equipo de buenísimos historiadores, y su visión y relato del desarrollo de las batallas es algo fascinante. Soy pacifista por naturaleza, pero de a deveras que gocé leyendo y gozo releyendo las páginas de este libro.
4. Uno que le gusta a todos menos a mí. A la busca del tiempo perdido. de Proust.
Lo he intentado cuatro (tal vez cinco) veces, y la que más lejos llegué fue a la página 50 del primer tomo. Lo siento, las magdalenas de monsieur Proust no me despiertan el apetito.
5. Uno de viajes. Memorias de un vagón de ferrocarril, de Eduardo Zamacois.
Con seguridad la primera novela de la Historia protagonizada por un objeto. Y al mismo tiempo una deliciosa lectura viajera, sobre todo si va uno disfrutándola en un tren.
6. Uno de un Nobel. Billar a las 9 1/2, de Heinrich Böll.
Lo elijo porque es una novela inolvidable y para meter de contrabando en esta lista a la ciudad donde vivo y a la que amo: Colonia, en alemán Köln, en colonés Kölle, donde no sólo naciera Montserrat, el tercero de mis hijos (la mayor, Rebeca, lo hizo en Huelva, y Ricardo Jr. en los Países Bajos), sino también mis cuatro nietos: Paul Louis, Oskar Linus, Vincent y Henri Jonas.
7. Uno muy divertido. Estas ruinas que ves de Jorge Ibargüengoitia.
Valga este botón de muestra: «Volví a encontrar a mi compañero en el pasillo [del vagón–dormitorio del tren], sentado en una cama baja, quitándose los zapatos. Una mujer trepaba por la escalerilla hacia la cama alta. “—No crea que soy descortés —me dijo, cuando pasé a su lado—. Es que las camas altas me dan a mí claustrofobia. Mi esposa, en cambio, no tiene inhibiciones y puede dormir perfectamente donde sea”. Sonreí cortésmente a la mujer, que estaba tratando de acomodarse en la cama sin enseñarme los muslos. Ella me sonrió a su vez. Tenía los ojos negros, los dientes blancos y los muslos bien hechos».
8. Dos para leer por fragmentos. Cartas a los Jonquières, de Julio Cortázar + Memorias do cárcere, de Graciliano Ramos.
Incluyo dos, como luego lo haré en el # 18, aprovechando la circunstancia de que no tengo respuestas para las preguntas de los ## 14 y 15. Y ninguno de los dos que incluyo acá necesita comentario explicativo, “hablan” por sí solos.
De todos modos, la inercia mental me ha llevado a citar dos libros en prosa, siendo así que la respuesta más natural a este rubro hubiese sido mencionar uno de poemas, que son los que se suelen leer fragmentariamente. Por ello añado aquí y ahora, de una manera representativa, un libro como el museum der modernen poesie [museo de la poesía moderna], la prodigiosa antología plurilingüe publicada en 1960 por Hans Magnus Enzensberger (poseo felizmente un ejemplar de la 1.ª edición), y en la cual la inclusión de Alberti, Aleixandre, Dámaso Alonso, Carrera Andrade, Cernuda, García Lorca, Jorge Guillén, Nicolás Guillén, Miguel Hernández, Huidobro, Juan Ramón, Machado, la Mistral, Neruda, Octavio Paz, Salinas y César Vallejo, 17 de 96 poetas de todo el mundo, consagra sin lugar a dudas a la poesía en lengua española como una de las más vigorosas y universales —si es que no la más— del siglo XX.
9. Uno con una excelente versión cinematográfica. El gatopardo, de Tomasi di Lampedusa.
Estuve dudando si incluir Muerte en Venecia, de Thomas Mann, cuya peli también fue dirigida por Visconti, pero en último término me he decidido por Angelica y no por Tadzio. Y también entró en la liza El amante de Lady Chatterley, pero entre Visconti y Pascale Ferran procedí como los nuevos ricos: comprar por la firma.
10. Uno con una pésima versión cinematográfica. Orgullo y prejuicio de Jane Austen.
Dos pésimas versiones en realidad: la inglesa de 1940 y la de Bollywood en 2004. La de 2005, con Keira Khnightley, no es mala, pero tampoco es buena, y no se acerca ni de lejos a las miniseries de la BBC de 1979 —con guion de Fay Weldon— y, sobre todo, la excepcional de 1995, protagonizada por Jennifer Ehle y Colin Firth, una Lizzy y un Mr. Darcy ideales.
11. Uno que me haya motivado a visitar algún lugar. Ulises de Joyce.
Dos veces a Dublín, el 16.6.1979 (75° aniversario del día en que transcurre su acción) y el 16.6.2004, su centenario.
12. Una biografía. Disraeli, de André Maurois.
No es tan fascinante como la de María Antonieta por Stefan Zweig, pero el personaje Disraeli me interesa más, siquiera sólo fuese por su origen sefardí.
13. El primer libro que leí en mi vida. Juan en los Estados Unidos, de Eric Linklater.
En mi casa el único libro que había era Las mejores poesías de la lengua española, el ejemplar de mi tía Joaquina, del que me leía en voz alta y yo siempre le pedía que empezara por el romance “Un castellano leal”, del Duque de Rivas. Había también las novelas sentimentales que mi padre compraba en las librerías de las estaciones de tren durante sus viajes llevando el muestrario de los productos de nuestra fábrica: entre ellas alguna que he releído años después, de Gustavo del Barco, constatando que estaba muy bien escrita, era la etapa anterior a Corín Tellado. Cómo es que Juan en los Estados Unidos llegó a nuestra casa siempre ha sido para mí un misterio que nadie me supo explicar, pero su lectura fue con absoluta seguridad mi primer paso en el mundo de la literatura, y aún hoy me gusta repasar sus páginas y releer algún que otro episodio. Me encanta además su arranque con el árbol genealógico del protagonista, que se remonta a un desliz adúltero de la Duquesa de Fitz-Fulke con el Don Juan de Byron.
14. Uno que haya odiado hace años y hoy admiro. NO RECUERDO NINGUNO.
La pura verdad es que recuerdo haber dejado de leer muchos libros porque me aburrían o no me agarraban por el cuello y me obligaban a leerlos hasta el final aun siendo malos (he leído muchas novelas malas que sí me agarraron por el cuello hasta el final, en su mayoría policiales, en mi primera juventud). Pero no tengo registro en la memoria de haber odiado jamás un solo libro, a no ser los de estudio en el bachillerato y en la Universidad, y —según entiendo— esos no valen a los efectos de este cuestionario.
15. Uno que haya amado hace años y del que hoy reniego. NO RECUERDO NINGUNO.
Podría argumentar que en mi primera juventud, en pleno franquismo, por mimetismo solidario con el gusto que se daba por descontado que debería ser el de alguien impertérritamente de izquierdas, leí el indeglutible Canto General de Neruda, hasta que se me prendieron todas las luces de alarma con “Alturas de Machu Picchu”, panegírico de la dictadura inca. Desde entonces sólo estimo en él ese poema que Neruda se autodedicara, profeta de sí mismo sin saberlo: «Si usted nace tonto en Rumania / sigue la carrera de tonto, / si usted es tonto en Avignon / su calidad es conocida / por las viejas piedras de Francia, / por las escuelas y los chicos / irrespetuosos de las granjas. / Pero si usted nace tonto en Chile / pronto lo harán Embajador». Su profecía falló sólo en lo del "pronto": sería nombrado embajador de Chile recién en 1970, tras la elección de Salvador Allende como presidente de la República.
16. Uno ruso que sí he leído. El Maestro y Margarita, de Bulgákov.
Este rubro me pareció una trampa para bobos. ¿Qué significa “que sí haya leído”? ¿Significa que hay por ahí gente que anda presumiendo de lo que no lee? Pero en tal caso la reserva mental valdría también para todos los demás rubros, en especial para el de que aquellos que dicen que una peli adaptación de una novela es mala sin haber leído la novela ni visto la peli. Y son legión. Pero es que, además, ¿por qué un ruso? ¿Significa que la literatura rusa es la terra incógnita? ¿Por qué no “Uno chino (o uno japonés, o uno indonesio) que sí haya leído”? En cuyos respectivos casos mis respuestas serían Grandes pechos, amplias caderas, de Mo Yan, La presa, de Kenzaburo Oé, y la admirable tetralogía de Pramoedia Ananta Toer (Tierra de los hombres, Hijos de todos los pueblos, Pisadas y La casa de cristal, cuyos títulos traduzco del neerlandés porque no sé si esas novelas han sido editadas en español).
17. Uno del año del cuestionario. Landen, de Laia Fàbregas.
Es una novela que me he visto obligado a leer (es un decir, es mera retórica, puesto que fue en verdad un placer) dos veces seguidas, a muy pocos días de distancia entre ambas lecturas. No era para menos, porque resulta que uno de sus dos narradores en primera persona es un cacereño que emigró en febrero de 1963 a Europa —concretamente a los Países Bajos, adonde llegó el 7 de febrero de ese año—, y se casó con una neerlandesa con quien tuvo tres hijos. O sea, que salvo por el origen español (en mi caso Andalucía) y el destino emigratorio (en mi caso Alemania), todos los demás datos coinciden 100% con los de mi propia biografía. E ainda mais, a la narradora le sucede a sus 30 años en Ámsterdam un episodio casi 100% homologable con otro donde fue protagonista Diny, mi mujer, en Madrid, allá por 1990.
18. Los que más veces he leído. De una vez,
Servidumbre humana, de Somerset Maugham. De a trechos,
Don Quijote de la Mancha, de Cervantes.
No me parece que sea necesario comentar por qué uno relee obras maestras. En el caso de los libros que más veces he leído de una vez, el de SM le saca un par de cuerpos de ventaja a
Primavera mortal (que aparece en mi lista en otro rubro) y
Contrapunto, de Aldous Huxley.
En el caso de los leídos a trechos, el de Cervantes corre parejas con Orgullo y prejuicio, que también consta en esta lista en un rubro distinto, y con Platero y yo, que lo tengo leído al derecho y al revés y siempre me hace evocar mis horas adolescentes de lecturas en el alpende de la casa familiar en Huelva, desde cuya azotea podía divisar a Levante un ciclorama con los perfiles de San Juan del Puerto, Moguer, Palos y La Rábida; y donde sobre todo el paisaje destacaba la torre de la iglesia mayor de Moguer, documentando la precisión poética de Juan Ramón Jiménez al describirla diciendo que «Parecía, de cerca, como una Giralda vista de lejos».
19. Uno que me haya sorprendido por bueno. Autogol, de Ricardo Silva Romero.
Aunque me anticiparon que se trataba de un buen libro, lo de veras sorprendente es que me pareció harto mejor de lo que me habían comentado, cosa que casi nunca suele suceder porque, por un raro mecanismo sicológico, el elogio más bien nos predispone en contra y no a favor.
20. Uno que me haya sorprendido por malo. Dulces guerreros cubanos, de Norberto Fuentes.
Real y verdaderamente da vergüenza ajena un libro tan mal escrito (sobre todo si se piensa en la fama de que disfrutaba su autor), pero está todavía “más pior” editado de lo que está escrito, con lo cual la responsabilidad alcanza también a quienes dejaron e hicieron que se publicara así.
Es una obra maestra de tal calibre que no necesita comentario, sino si acaso este: que fue la semilla de la obra de William Faulkner, para quien no encuentro un rubro en esta encuesta, si bien, curiosamente, podría aparecer en algo así como veinte de ellos.
Léanlo, es como Winesburg, Ohio, cosas así sólo se escriben una vez, y luego los dioses rompen el molde.
Es uno de los relatos más hermosos y más tristes que se hayan escrito en Europa en el siglo XX, su capítulo final me sigue conmoviendo hasta las lágrimas.
24. Uno que no le prestaría a nadie. Pedro Páramo, de Juan Rulfo, el ejemplar que me dedicó personalmente: «Para Ricardo Bada, con todo el afecto y la sincera simpatía de su amigo [firma] J. Rulfo, Berlín W – 6 – 6 – 1982». Entiendo que la mera descripción hace obvio cualquier comentario, pero además una imagen lo certifica.
25. Uno para aprender a perder. Max Havelaar, de Multatuli.
Novela que de haber pasado por el escrutinio del cura y el barbero, en el capítulo VI de la primera parte de Don Quijote, habría terminado en la hoguera, por quijotesca. Es la primera vez que un autor de un país colonial se rebela públicamente contra el sistema colonialista, y de qué manera. A Multatuli, seudónimo que Eduard Douwes Dekker tomó de un verso de Horacio en su Ars poetica: “Multa tulit fecitque puer, sudavit et alsit [Sudando y tiritando mucho es lo que ya tuvo que hacer y soportar cuando niño”], a Multatuli, digo, le costó el destierro de su patria, los Países Bajos. Las naciones campeonas de la tolerancia, cuando les tocan el bolsillo, muestran su verdadero rostro. Una herencia de este libro, y un homenaje al mismo:
Tenía en principio seleccionada este relato para el rubro ruso, y acá, como primera opción la Traumnovelle de Arthur Schnitzler, por cuya versión fílmica (Eyes Wide Shut, la obra póstuma de Kubrik) corre el hilo musical de una de mis melodías preferidas de Shostakovich, mi compositor predilecto. En última instancia, una audición de la sonata beethoveniana pudo más que la opción personal. Al Ludwig lo que es del Ludwig. [Y don Ludwig era tan humano el pobre... Esa sonata estaba dedicada al violinista mulato George Bridgetower, cuyo padre era natural de Barbados, y cuando Beethoven se peleó luego con él cambió la dedicatoria y se la endosó a Kreutzer, quien dijo que Beethoven no entendía el violín y esa sonata era imposible de tocar, y no la tocó jamás. Así se escribe la historia].
27. Un libro que me regalaron y no me gustó. Ricas y famosas. de Daniela Rossell.
No sé si lo conocen. Es una colección de fotos a todo color, donde unas millonarias mexicanas fueron retratadas en la intimidad de sus hogares. Lo que pasa es que viendo esas fotos le dan a uno ganas de vomitar, además de preguntarse qué intimidad y cuáles hogares.
28. Uno que me haya asustado. Hiroshima, de John Hersey.
El reportaje magistral de Hersey consigue que uno lo lea con el alma en vilo y aterrado por las consecuencias del crimen cometido el 6 de agosto de 1945 contra esa ciudad mártir.
Aunque he robado varias veces en librerías (en Huelva, en Sevilla, en Madrid, en Bochum, en Buenos Aires, en Milán), menciono este libro de Amado porque se lo pedí prestado a un compañero brasileño sin intención de devolvérselo jamás: y es por ello que lo considero un robo. Fue como venganza por ser él quien me ilustró que en su país una “novela” era sinónimo de telenovela, mientras que Gabriela, cravo e canela era... “um romance”. Ahí lo sentencié interiormente a perder ese libro. Jamás me arrepentí porque dudo de que haya leído uno solo en su vida, y si tenía éste debió de ser porque se lo habrían regalado.
Pienso que tras esta formidable y fundamentada documentación, tienen que haber mejorado algo las condiciones de la vida laboral en los campos de concentración chinos y en las maquilas mexicanas, filipinas, indonesias, donde los esclavos modernos trabajan sometidos a un régimen infrahumano, produciendo por unos salarios mezquinos unas mercancías que el primer mundo comercializa a precios desorbitados respecto del coste original. En ese sentido, tal vez No Logo haya salvado alguna que otra vida de la consunción y el derrumbe mortales. Ojalá.