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Opinión | Unas líneas desde Camagüey (II)

"Hay que creer en el mejoramiento humano aunque uno nunca haya visto mejorar a nadie y sí estropearse cada vez más a sí mismo, y ser estropeado por los demás desde el principio y sin misericordia ni pausa."

Un hombre escribe en un libro desde el cielo.
Imagen: Árbol Invertido (generada con IA)

Volver a nacer en Dios, ahora irreversiblemente. 

La justicia jamás es un equilibrio. Los equilibrados son egoístas e indiferentes.

Dar más de lo que se recibe del otro, eso es justicia: no dar lo mismo. No dar más de lo recibido, puesto que Dios nos ha dado el ser y se nos ha dado Él. La justicia es un desequilibrio.

Que haya malas pasiones no significa que la Pasión sea mala. 

El hombre bueno suele carecer de recursos sicológicos para defenderse. El hombre malo dispone de incontables recursos para su propia defensa. En la cárcel sigue reinando, y la muerte ni remotamente le asusta. Que lo maten es su mayor victoria.

El hombre malo se considera a sí mismo la sinceridad de la especie. Tal vez lo sea. Pero se trata de una sinceridad parcial. A pesar de todo, somos los Niños del Bien.

Soportar el mal es nuestra tarea más difícil. Ni hablar de entenderlo.

Recuerdo la súbita cara de odio de mis adversarios en el kárate. Mi muchacho Arley me ha dicho que también a él le asombraba y le espantaba el repentino, extraño, inmotivado odio de esos compañeros del deporte. ¿Por qué? ¿De dónde salía, de donde sale eso? Arley peleaba bravamente, pero sin odio. No necesitaba el odio para combatir.

De repente el niño más querido te hiere, te insulta, te repudia.

Dios no nos ama por nuestros méritos sino por nuestro ser, puesto que nos ha hecho para amarnos. Todo pecado es inútil. También toda ofensa.

Dios nos ha creado para amarnos, pero no pasivamente, sino para amarnos mutuamente. Por la semejanza participamos de la naturaleza de su Amor.

Ya que tenemos que tener cárceles, todos debiéramos ser, alguna vez, carceleros. Debiera tratarse de un servicio social, como el militar, pero para mayores de treinta años. Este ejercicio pudiera contribuir notablemente al crecimiento de la sabiduría social.

Almanza

Cuando estudié Derecho Penal dejé de estudiar Derecho. Me roban el televisor y condenan al ladrón a tres meses de cárcel. ¿Quiere decir que admitimos que un televisor vale tres meses de privación de libertad de un ser humano? ¿No sería menos injurioso para nosotros mismos obligar al ladrón a devolver el televisor o lo que cuesta, más una multa al dañado y a la sociedad? Al menos habría que darle la oportunidad.

Todo ladrón es un mendigo. No todo mendigo es ladrón.

Menos culpable es el ladrón de un objeto que el ladrón de la libertad ajena.

Solo los niños y los adolescentes tienen experiencia. Experiencia del éxito: vienen de Dios y juzgan espantados el caos, la miseria, el desastre. Los mayores tenemos también experiencia, pero del fracaso.

Entre la praxis de la filosofía y la filosofía de la praxis, elijamos la sabiduría. El comienzo de la sabiduría sería la delicadeza.

Vivimos brutalmente. Lo asombroso no es que seamos brutales con los demás, sino que somos todavía más brutales con nosotros mismos, sin ni siquiera darnos cuenta.

La brutalidad es del hombre como la delicadeza es de Dios. En nuestra brutalidad actúa nuestra debilidad, nuestro desamparo, las leyes de la intemperie: en nuestra delicadeza actúa el poderío de Dios, su protección, su admirable plan. Que, afortunadamente, nada tiene que ver con el miserable, brutal plan nuestro.

La mayor fineza de Dios, especulaba Sor Juana. Tal vez solo las mujeres deberían dedicarse a la Teología.

Los japoneses aman –o amaban- la roña del tiempo. El mundo de hoy es enemigo de esa roña, es un mundo de novedades que se marchitan enseguida: no es un mundo del tiempo ni del paso del tiempo, sino de la muerte incesante. Y por eso han inventado la decoración wabi sabi (eso, roña del tiempo), espectacular unión de objetos viejos o envejecidos sin participación histórica del dueño. El Tiempo convertido en Farsa.

Roma conquistó a Grecia, y se helenizó mediocremente. La Iglesia de Cristo conquistó al Imperio Romano, y se monarquizó hasta hoy.

El celibato obligatorio de los sacerdotes católicos no es una opción, es un error. Sólo se puede ser realmente célibe si Dios ama al célibe en forma abrumadora y celosa. Es una decisión de Dios, no del hombre, que no puede lograrla mediante ninguna oración, mediante ningún truco, si Dios no lo quiere. Y ese amor celoso de Dios parece escaso, tan raro como la vocación por las matemáticas o la poesía, como la capacidad para el salto alto, el levantamiento de pesas o el ajedrez. Tan extraño como la vida consciente en el Sistema Solar. Difícilmente habrá alguna vez tantos célibes como sacerdotes se necesitan. Los sacerdotes hechos célibes a la fuerza arruinan su relación con el Pueblo con manifestaciones inevitables de mal carácter, incomprensión de la vida sexual y matrimonial, y hasta con el fraude de ocultar o desviar la condición homosexual y algunas enfermedades sexuales o simplemente sicológicas. El celibato debe ser opcional entendiéndolo además como un don tan precioso como excepcional, y el ideal para el sacerdote cristiano debe ser el amor fiel, la familia, la vida en pareja ejemplar ante la comunidad, sea cual fuese su orientación sexual.

Hay que creer en el mejoramiento humano aunque uno nunca haya visto mejorar a nadie y sí estropearse cada vez más a sí mismo, y ser estropeado por los demás desde el principio y sin misericordia ni pausa. Y luchar por mejorarse y mejorar a los demás mientras el propio deterioro lo permita. No creer en el mejoramiento humano es aceptar totalmente el propio derrumbe, antes de tiempo.

Dice el Martí joven que cree en el mejoramiento humano, y los humanistas se quedan ahí, fascisteando, sin darse cuenta que mejoramiento no es perfección, ni siquiera mejoramiento ilimitado. Porque sigue: y en la vida futura, que los totalitarios confunden con un futuro sobre la tierra, cuando está refiriéndose a la vida después de la muerte. Pero no se queda ahí, sino que agrega: y en la utilidad de la virtud. La certeza de que el mejoramiento humano culmina en la vida después de la muerte es lo que nos permite creer en la utilidad de la virtud, una fe más difícil que las dos anteriores. Esta trilogía de fe termina: y en ti. Es decir, toda esta fe está encarnada en una persona concreta, el hijo, que es signo de futuro pero no gratuito, sino de continuidad inspirada, educada, obstinada en la virtud.

El mejoramiento humano pertenece al Hijo; la vida futura solo nos la puede dar el Padre; y la fe en la utilidad de la virtud es uno de los dones del Espíritu.

Rafael Almanza, en la Peña del Júcaro Martiano, 31-08-2019.
Rafael Almanza, en la Peña del Júcaro Martiano, 31-08-2019.

En ti, Ismael: Dios oyó.

La mayoría de nuestros sufrimientos son artificiales, provocados por la soberbia. La humildad de aceptar, sobre todo de aceptar el sufrimiento, nos libra del sufrimiento y nos proporciona una inexplicable alegría.

Me he enfermado pretendiendo una prosa finísima para un libro que no me interesa mucho. Pero no es ese el error, sino haberme impuesto metas de tiempo y haber desesperado de lograrlas.

Decimos que si Cristo no ha resucitado nuestra fe es vana, pues sin su resurrección Él no sería sino un maestro de moral. Sí, pero no cualquier maestro. En primer lugar, se trata de un maestro en actos, coherente hasta la muerte. Y tampoco eso es todo ni mucho menos, aun siendo inmedible. El centro de la prédica de Jesús, el Mandamiento del Amor, no es cualquier mensaje. Nadie lo dijo antes y nadie lo ha superado después. Ni Sócrates, que divisó el Amor a través del mito, de la razón y de la experiencia, y que también se dejó matar, pudo llegar tan lejos. Si Cristo no ha resucitado –pero ha resucitado, verdaderamente ha resucitado-, yo me atengo al Mandamiento del Amor de Cristo, porque corresponde a mi naturaleza profunda y porque, como San Agustín, no encuentro una autoridad más alta.

La universalidad del Mandamiento del Amor es lo que faculta a los cristianos para convocar a los creyentes de todas las religiones a una misma fe en Dios viva y real. Pero esa convocatoria tendría que lavarles y besarles los pies a todos esos creyentes.

El Mandamiento del Amor es antropología pura. Toda antropología científica debiera partir de la realidad de este mandamiento.

El Mandamiento del Amor tiene cuatro direcciones, como la Cruz: el amor a sí mismo, a los pies de Cristo; el Amor al prójimo, en la diestra de Cristo; el amor a todas las cosas del universo, en la izquierda de Cristo; y el amor a Dios, sobre la cabeza de Cristo. Las cuatro direcciones del Amor confluyen y concluyen agónicamente en el Quinto Punto, el Centro, el Corazón Sangrante de Dios.

La confusión y la escisión entre el amor y el sexo son mortales para el amor, y degradante para el placer sexual. Lo que pasa es que los confundidos y divididos, ni se enteran.

Consecuencias prácticas del ateísmo real: tristeza (vivir para morir: Heidegger), desesperación (gozar porque el mundo se va a acabar: Madona), fanatismo (hacer algo grande antes de morir: fascismo: Heidegger), suicidio (evitar el dolor de morir por gusto y físicamente degradado: eutanasia: ¿Mishima?). La diferencia entre el ateísmo real y el imaginario es justamente esa: que el individuo es triste, está desesperado, es fanático y, o, se mata. La ausencia de estos elementos determina que el individuo no es ateo sino que cree serlo, pues en efecto nada nos impide creer, ni tampoco creer que no creemos. Yo mismo estuve incluido en este despiste demasiado tiempo.

La vida es demasiado excelsa para que no exista Dios. La vida es demasiado miserable para que no exista Dios. 

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Rafael Almanza

Rafael Almanza

(Camagüey, Cuba, 1957). Poeta, narrador, ensayista y crítico de arte y literatura. Licenciado en Economía por la Universidad de Camagüey. Gran Premio de ensayo “Vitral 2004” con su libro Los hechos del Apóstol (Ed. Vitral, Pinar del Río, 2005). Autor, entre otros títulos, de En torno al pensamiento económico de José Martí (Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1990), El octavo día (Cuentos. Ed. Oriente, Santiago de Cuba, 1998), Hombre y tecnología en José Martí (Ed.  Oriente, Santiago de Cuba, 2001), Vida del padre Olallo (Barcelona, 2005), y los poemarios Libro de Jóveno (Ed. Homagno, Miami, 2003) y El gran camino de la vida (Ed. Homagno,Miami, 2005), además del monumental ensayo Eliseo DiEgo: el juEgo de diEs? (Ed. Letras Cubanas, 2008). Colaborador permanente de la revista digital La Hora de Cuba, además de otras publicaciones cubanas y extranjeras. Decidió no publicar más por editoriales y medios estatales y vive retirado en su casa, ajeno a instituciones del gobierno, aunque admirado y querido por quienes lo aprecian como uno de los intelectuales cubanos más auténticos.

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